Francisco Bochatón en Ultra (17-IV-2013)


De tanto escucharlas, cierto tipo de bandas de rock como estas tienden a resultarme ya algo repetitivas y aburrirme un poco, y sin embargo aquí pasa algo distinto. Hay algo que me lo vuelve interesante y no me doy cuenta qué es, hasta que Bochatón decide no cantar uno de los temas y obliga a su bajista a tomar el micrófono, obviamente contra su voluntad. La banda sin voz suena a escenografía, pero cuando entona tímidamente algunas frases empieza realmente la música y ahí me cae la ficha de que lo que me atrae es ni más ni menos que la melodía, la forma particular, el estilo creativo y escapando de las opciones más previsibles con el cual se despega, se destaca de esa base sonora. Parece una obviedad, pero sin ese vuelo, ese carácter, el mundo sonoro es mucho más gris. El segmento del autor a solas con su voz y su guitarra con el que arranca la segunda parte del show permite confirmarlo. La melodía. Tan simple, tan importante, tan difícil y tan mágico.

Botis Cromatico en Café Vinilo (13-IV-2013).


En principio, cuando voy a ver un concierto y aparece en escena un tipo disfrazado y hablando con voz de caricatura tiendo a querer salir corriendo. Pero en cuanto el Botis empieza cantar se nota que hay algo más detrás de esa actitud payasesca. De alguna manera sus canciones (sus letras, sus cambiantes ritmos y armonías) y la forma de interpretarlas (su forma cuasi salvaje de tocar la guitarra y las inflexiones y matices de su voz) están consustanciados con ese personaje que tiene mucho de teatral sin ser teatro, y tiene humor sin ser humorístico, pero, a la vez, lo exceden. El balance de todos estos elementos no es sencillo, pero el fervor de su público muestra como una vez que se logra entrar en su particular mundo es difícil salir.

Stanley Jordan en el Auditorio de Belgrano (13-IV-2013)


En vivo, las frecuentes imprecisiones y pifies de su mano derecha hacen extrañar un poco los discos, pero cuando logra momentos de iluminación y ajuste como -al menos esta noche- en Autumn Leaves, Stairway to Heaven o Blue Monk, es realmente fascinante. Su particular forma de tocar la guitarra con ambas manos digitando sobre el diapasón oscila entre el acto circense y la técnica de ejecución asombrosa, pero aunque la gente se deslumbre y festeje los momentos de mayor virtuosismo y velocidad, lo que parece sostener la posibilidad de mantener, solo con su guitarra en escena, la atención durante todo un concierto, parece estar más en sus arreglos (entre los que se destacan sus versiones de Eleanor Rigby o de un fragmento de Mozart) que, en combinación con el particular timbre que le arranca al instrumento aportan una mirada aun fresca y original a piezas ya archiescuchadas. Y, más allá de todo, es un continuo recordatorio de que casi todo se puede hacer de otra manera de como se supone que se tiene que hacer. Y no es poco.

Carta a los responsables de boliches y salas de conciertos de Buenos Aires

Buenos Aires, abril de 2013

Estimados responsables de boliches y salas de conciertos:
Como asistente habitual a espectáculos musicales en la ciudad de Buenos Aires, valoro mucho su trabajo, sobre todo teniendo en cuenta las no pocas dificultades que implica mantener espacios culturales abiertos. Pero, digo yo, ¿no iría siendo hora de terminar con esta ridícula tradición de larga data de anunciar espectáculos a horarios que no tienen nada que ver con cuando realmente están programados para empezar? No somos gente puntual y, entre nosotros, 20 o 30 minutos de demora no escandalizan a nadie, pero ¿que necesidad hay de hacernos ir una o hasta dos horas antes de que esté previsto arrancar los shows? ¿Que hace falta para empezar a ponernos de acuerdo y no hacernos perder el tiempo en vano?
Gracias.


Uriel Kitay y Balkan Spice / Fadeiros, en La Oreja Negra (6-IV-2013)


Los rótulos de géneros son parte importante de como la industria nos ha acostumbrado a entender y organizar la música que consumimos/escuchamos. Pero lo que distingue a muchas versiones actuales de los que definimos con esos nombres -jazz, tango, chacarera, cumbia, fado y mil etcéteras- es cada vez más borroso; pareciera que más allá de matices (o de las letras), las mil variantes y posibilidades de la canción occidental en distintos lugares del globo tienen más elementos en común que diferencias. Quizás por eso una banda de fado y otra de música balcánica integradas por argentinos pueden compartir un escenario y hacer canciones portuguesas, brasileras, búlgaras, sefaradíes o un clásico del jazz como Caravan de Duke Ellington (pequeño ejemplo de como darle un color exótico a una composición con mínimos elementos), o incluso composiciones propias; quizás por eso los músicos de una banda pueden tocar de invitados de la otra con instrumentos de otras regiones y ensamblar como si pertenecieran a la misma tradición hablando un idioma separado nomás por algún acento local. No es que la música sea un lenguaje universal, pero quizás vivimos en mundos mucho más pequeños de lo que nos damos cuenta.

Gary Clark Jr. en el Teatro Vorterix (5-IV-2013)

A veces viene bien recordar una vez más que con una estrategia de comunicación y promoción adecuada se puede vender casi cualquier cosa, hasta incluso llenar un teatro tanto con gente que seguramente nunca escucharía blues como con público experimentado y que se diría capaz de un mejor discernimiento. Pero cuando una audiencia se convence de que debe gustarle algo, es difícil de disuadir o al menos de lograr que crean más en los sonidos que en los discursos. Si escuchase una banda como esta en un bar mientras tomo una cerveza seguramente me daría vuelta y me parecería que la banda que suena de fondo está muy bien (porque evidentemente es una correcta banda de blues y su líder un buen intérprete), pero si anuncian que vamos a escuchar al heredero de Hendrix, voy con la expectativa de encontrar a un gran guitarrista que tenga un sonido personal, creatividad con sus solos, quizás una voz que lo identifique o al menos carisma. Frente al aval de vacas sagradas como Jagger y Clapton, seguramente cualquier opinión que un simple mortal pueda dar quedará descalificada, y quizás Gary Clark Jr. sea el próximo gran nombre en la historia del blues, pero si es realmente así, esta noche lo disimuló con gran eficiencia.

Pablo Dacal en La Dulce Barracas (4-IV-2013)


Pablo Dacal ha interpretado ya sus canciones con diversas formaciones instrumentales a lo largo de su carrera. Pero si consideramos la posibilidad de hacer una música popular de color inequívocamente local y contemporáneo a la vez como una especie de santo grial de la música argentina, con la combinación del acompañamiento de dos guitarras que puntean endiabladamente al más puro estilo tradicional criollo (a caballo entre lo rural y lo urbano) con su timbre de voz y su forma de frasear sus melodías que, claramente acusan la influencia de, como mínimo, el rock, parece haber encontrado una especie de eslabón perdido. Cuando interpreta sus propias composiciones con este formato logra un resultado (y el ámbito elegido no hace más que potenciarlo) que no termina de ser claramente ninguno de los géneros establecidos -llámese, tango, milonga, zamba, chacarera o como se quiera- pero que suena a música tradicional de por acá y, a la vez, uno puede escuchar, en música y letra, que es hija natural de nuestro presente.

Kaiser Chiefs en La Trastienda (3-IV-2013)


Hubo un tiempo en que la innovación era un valor dentro del rock, en que una banda que quisiera lograr un mínima relevancia tenia la obligación de sonar claramente diferente de las de generaciones precedentes. Parece que hoy ha corrido ya tanta agua bajo el puente que, o eso es mucho más difícil de lograr o se ha transformado directamente en una idea obsoleta. Los Kaiser Chiefs hacen un muy buen recital de rock, con canciones gancheras y cantables, pero no demasiado pegajosas y radiales, con energía suficiente para mover a un público bien predispuesto con el solo combustible de su música; un recital de esos que se disfrutan en un espacio como éste, de un tamaño a escala humana pero sin butacas ni mesas ni obstáculos, con la posibilidad de moverse y ver como corresponde. No escucharlos no es un bache en tu cultura musical o rockera, no verlos es una pena.

Agostina Elzegbe en el Café Vinilo (2-IV-2013)


De puro prejuicioso nomás esperaba otra de las muchas chicas que con mayor o menor suerte cantan canciones más bien previsibles, pero me encontré con una guitarrista y compositora que hace canciones. Y se nota la diferencia entre ambas cosas. Se ve, por ejemplo, en el delicado balance que logra entre entre música, letra, técnica en el instrumento y forma de cantar; al ver sus dedos ir y venir de una punta a la otra del diapasón con precisión y creatividad, pero sin la obsesión por el virtuosismo de los solistas de guitarra, y al escucharla cantar no con esas grandes voces de las cantantes sino con las personalidad y el estilo que su obra requiere; al lograr, por lo menos, sorprender a un prejuicioso desprevenido un martes por la noche.

Tomi Lebrero en el Centro Cultural Pachamama (1-IV-2013)


Es lunes, es tarde, es feriado, llueve, el lugar está demasiado lleno, no hay casi donde pararse para ver con claridad. La música empieza pero muchos no dejan de conversar y es difícil escuchar porque no hay amplificación. Cae cada vez más agua y las goteras dejan pasar más de lo recomendable en el medio del salón; lo que abunda es la incomodidad y la opción sensata es hartarse y volver a casa. Algunos reniegan un poco del Pacha, seguramente por situaciones como ésta, pero a la vez, si se piensa con cierta perspectiva, es quizás de este tipo de caos de donde se crean los momentos memorables, los mitos, las historias que recordaremos mañana. El profesionalismo y la prolijidad están bien, pero a veces, la intensidad y el instinto tienen que ganar. Quizás, lo mejor es entregarse y disfrutar, escuchar a Tomi seguir contando lo que pasa, lo que le pasa, lo que nos pasa, a través del torrente continuo de nuevas canciones que canta subido a los sillones, parado en la barra, con músicos amigos tocando en cualquier lugar de ese living y todo el resto de nosotros haciendo coros, bailando e intentando salvar lo que queda de la ciudad que zozobra.


Luna Monti y Juan Quintero en Café Vinilo (27-III-2013)


Si pensamos que conocer la biografía de un artista nos permite comprender y apreciar mejor su trabajo, este show íntimo con canciones fuera del repertorio habitual puede ser también espiar tras bambalinas algunos de los ingredientes que hacen de Juan Quintero uno de los compositores más importantes de los últimos años y de su dúo con Luna Monti un verdadero placer. Ya desde el comienzo descolocan cantando en inglés y tanto la selección de autores, como de obras que esquivan los lugares comunes y la forma en que las interpretan muestran la importancia de no quedarse quietos ni dormirse en los laureles. Los pedidos del publico, anclados a la comodidad de lo ya conocido son un baldecito de agua fría afortunadamente bien resuelto en concordancia con el clima que ambos intérpretes, entreverados entre las mesas y bajo una poética lámpara adhoc, crean para este breve ciclo a la medida del Café Vinilo.

Axel Krygier, en Café Vinilo (23-III-2013)



Con tanta primera persona dando vuelta, a veces podemos olvidamos que existen la segunda y la tercera, con tanta realidad y reflexión a veces nos olvidamos de la fantasía y la imaginación; y con tanta autobiografía, puede llegar a dejarse de lado la literatura o el hipnótico arte de contar historias. Escuchar estas nuevas canciones presentadas en borrador, solo con un piano (o con los talentosos Christian y Alejandro Terán) y a medio terminar, es un poco entregarse al embrujo de la narración de estas pequeñas aventuras, esta especie de mil y una noches de Axel Krygier.

Edgardo Cardozo, en Café Vinilo, (1-III-2013)


Hace ya tiempo aprendí que las explicaciones de los autores no deben tomarse como la supuesta forma correcta de entender sus obras. Uno no siempre sabe claramente lo que quiere lograr, o directamente puede, con o sin intención, armarse un discurso acorde a lo que piensa que los otros quieren oír. En sus breves comentarios entre tema y tema pareciera que Edgardo Cardozo se esfuerza en recordarnos lo sombrío o amargo de algunas de sus canciones: el recuerdo de una abuela, el homenaje a un amigo fallecido, las secuelas de un accidente que lo dejó cerca de la muerte, cambios que no se sabe si son para bien o para mal... Pero diga lo que diga -y él seguramente habla con sinceridad- su repertorio, con su particular estilo de cantar y tocar la guitarra, puede también escucharse con una luminosidad que encandila, de un tono casi de elevación espiritual, como una droga que hace querer sacar pecho y que, como dice la canción de Gabi La Malfa -que grabó alguna vez junto a Juan Quintero y que no cantó esta noche en el Café Vinilo- "me lleva como si me abriera paso entre la selva como un rey".

¿Que sabe Ud de música latinoamericana? Probablemente muy poco.

Es sorprendentemente escaso lo que conocemos de la música de América Latina que no sea lo que las multinacionales llevan y traen. Yo puedo nombrar unas cincuenta revistas sobre música que se publican en la Argentina, pero apenas un puñado de títulos de otros países de la región y que ni siquiera tengo claro si se siguen publicando, porque no las recibo ni las leo. Y no por falta de interés. Pero, aun con internet y los discursos políticos de hermandad entre Naciones, todo sigue estando armado para la incomunicación. Hace poco tuve la oportunidad de compartir una mesa con Mario Lavista y me enteré que se sigue publicando Pauta, una muy interesante revista musical mexicana (¿que cuantos conocerán por aquí?), pero si yo quisiera suscribirme, entre los altos costos del correo y las dificultades para hacer pagos en el extranjero ya me saldría bastante caro. Y si yo no solamente quisiera leer al menos una revista mexicana, sino una de Brasil, una de Chile, una de Venezuela, una de Bolivia y una de Perú, necesitaría poco menos que ser millonario. Igual, por suerte, no necesito sentirme pobre, porque... no conozco ninguna revista de Perú ni de Bolivia, por ejemplo.
Pero cuando sí tengo la posibilidad de leer revistas o libros sobre música de otros países, mi espanto es aun mayor. La cantidad de nombres de músicos que me son absolutamente desconocidos o de nombres que conozco pero cuya música no he tenido la posibilidad de oir es alta. Por suerte, ahora es mucho más sencillo tener alguna aproximación a la escucha de artistas desconocidos a través de internet, pero generalmente es de manera fragmentaria y superficial: no es lo mismo ver un par de videos de youtube que conocer la discografía de un autor o intérprete. Conocer o estar al tanto de la música en América Latina parece estar reservado a las pocas personas que pueden darse el lujo de viajar frecuentemente y aprovecharlo para saciar la curiosidad. Enterarse de lo que sucede en persona no está mal, pero nunca parece que sea necesario tomarse un avión para enterarse de si ciertos artistas “globales” estrenan disco, videoclip o romance porque está hasta en los noticieros de tv. 
Parece que todavía para escuchar música latinoamericana dependemos de las selecciones de un escaso número de ejecutivos de sellos multinacionales (supuestamente en proceso de extinción). Muchas de ellas son interesantes y algunas de estas corporaciones han publicado a grandes artistas ya clásicos, por derecho propio de nuestro arte, pero eso no puede ser todo. ¿Cuantos argentinos pueden nombrar diez músicos de distintas corrientes musicales de Ecuador, o de Guatemala, Venezuela o de Bolivia por no llegar tan lejos? Seguramente habrá muchas excepciones, pero es muy probable que sean exactamente eso: excepciones.

Diego Schissi Quinteto y Aca Seca, en el Café Vinilo (19-II-2013)

Sin querer ser exhaustivo, podría decirse que en la Argentina de las últimas décadas del siglo XX los movimientos de renovación del tango y el folklore tendieron hacia músicas instrumentales (quizás para liberarse de la rigidez de las estructuras formales de la canción o del baile), a distintos tipos de "fusiones" (con el jazz, el rock, la música académica...) y, en los intentos de composición vocal, a evitar los muchos lugares comunes de las letrísticas tradicionales. Aca Seca Trío y el quinteto de Diego Schissi son dos de los grupos más interesantes, personales y originales del momento actual y podría pensárselos como parte de una linea de tradición tanguera y folklórica respectivamente. Y cuando, a dios gracias, se juntan a compartir un escenario como octeto, uno de los momentos más intensos es la endemoniada versión de Esa tristeza, de Eduardo Mateo, uno de los autores uruguayos que, quizás junto a Fernando Cabrera, muchos no pueden evitar revisitar últimamente de este lado del charco. ¿Será posible que esta influencia uruguaya no tan exclusivamente afro esconda algo de la clave de una nueva renovación de nuestras músicas populares más ligada a la canción y a la liberación de la tiranía de los géneros musicales?


Pensamientos al paso en el Cosquín Rock


  • Ir a un festival como éste es como ir a un curso de actualización. En tres días agotadores uno se pone al día de buena parte de las tendencias en el rock mainstream argentino y puede hacerse tiempo para escuchar todo eso para lo que durante el resto del año no siempre hay oportunidad. Habría que obligarse a venir a alguno de estos al menos una vez al año.
  • De alguna manera, la programación del festival es un aporte a la definición de un pequeño canon del rock argentino actual. Que Las Pastillas del Abuelo cierre una jornada al mismo nivel que Las Pelotas o Charly García, y que grupos más prestigiosos y de más amplia trayectoria como Babasónicos, IKV o Kapanga, o incluso internacionales como Molotov, tengan que tocar antes que ellos; o que Almafuerte cierre una jornada pero en el escenario B, pueden sorprender o ser cuestionables, pero habla de como está constituido el mercado en este momento.  Me encantaría poder ser testigo de las discusiones (si es que las hay) acerca del armado de la grilla de programación. Seguramente la expectativa de convocatoria de público debe ser uno de los ejes centrales a la hora de elegir las bandas a programar así como el escenario, el día y el horario en el que tocarán, pero seguramente no será el único.
  • Por supuesto, acá no está todo. Me imagino perfectamente a grupos como El mató a un policía motorizado, La Filarmónica Cósmica o a Rubin y los subtitulados tocando acá. Lamento no haber traído un ejemplar del libro de Martín Graziano para dárselo a Palazzo y proponerle una tarde en el Hangar (un tinglado transformado en el más pequeño de los escenarios) dedicado a una selección de cancionistas. De todas maneras, no creo que a la mayoría de ellos les interese. En parte lo entendería, pero pienso que sería un error privarse de llegar a más público en nombre de diferencia estéticas o éticas que no tienen por qué ser vulneradas en ámbitos nuevos.
  • El rock es cosa de viejos. ¿Cuantos músicos de menos de 30 años tocaron en el escenario principal? ¿Cuantos años de historia llevan ya artistas como Massacre, Babasónicos, IKV, Molotov, Ciro, Las Pelotas, por no mencionar casi todos los grandes popes de la primera fecha (Páez y los ex Serú)? El público es de edades más variadas, pero las grandes masas las hacen chicos que bien podrían ser los hijos de muchos músicos. La próxima quiero frecuentar mucho más los escenarios alternativos.
  • Aun entre la multitud es fácil reconocer a los periodistas: somos lo que tenemos remeras con nombres de bandas diferentes de las que tienen los otros cuarenta mil que circulan por ahí.
  • Será un vicio musicológico, pero me sorprendí de lo habitual que se volvió el uso de la cita musical. Muchos de los grupos que escuché en algún momento citaban melodías, frases características o directamente fragmentos de otras obras, sin aclararlo, a modo de guiño. Ciro utilizaba citas de temas de Los Piojos con su armónica en la introducción de algunas canciones, Viejas Locas citó la melodía de Miss you de los Stones, Las Pastillas del Abuelo la de Part time lover de Stevie Wonder; Charly García tuvo como miembro de su banda a Alejandro Pont Lezica con la función de poner pequeños fragmentos de discos de vinilo con músicas de películas, fragmentos de óperas, piezas como Rhapsody in Blue o hasta fragmentos de la guitarra de Yupanqui. Más ejemplos podrían darse si hubiese tenido la precaución de tomar nota a tiempo.
  • Una conclusión provisoria: no parece haber nada demasiado nuevo musicalmente en el rock argentino desde el menemismo (que es cuando surgieron buena parte de los grupos que se presentaron aquí o las tendencias que continúan), pero la necesidad de innovación parece ser el berretín de unos pocos, porque esto ni siquiera parece ser un problema para la mayor parte de los músicos, productores, crítica o público.

Catupecu Machu en el Cosquín Rock 2013 (10-II-2013)

Una palabra que siempre surge la hablar de un show de Catupecu Machu es “energía”. Fernando Ruiz Díaz rebota por el escenario como un poseso, canta, grita, salta, se trepa por donde puede, arenga y lleva adelante su espectáculo con un despliegue físico considerable. Y estar, aún como espectador, cerca del escenario sometiendo el cuerpo a los golpes de bajo y bombo que te golpean en el pecho y hacen literalmente vibrar nuestros cuerpos de la cabeza a los pies como si fueran parches de tambor es realmente energizante e impulsa –por no decir que obliga- a tomar ese shock acústico como trampolín para formar parte del pogo monumental que se forma en el campo. Pero de repente, algo sucede que interrumpe ese ritual coreográfico, que impide el movimiento. Los miles de chicos y chicas que saltaban hasta el límite de sus posibilidades se detienen como autómatas a los que se les hubiera cortado el suministro de electricidad. Al mirar al escenario, el Negro García López, gran guitarrista invitado arremete a desarrollar un “solo de guitarra”, tópico mítico de la historia del género, especie de sermón rockero ante el cual los fieles deben dar su rítmico amén asintiendo con sus cabezas. A veces, solo de guitarra y pogo requieren tiempos diferentes. Es como si en el medio de un partido de fútbol alguien se pusiera a dictar una clase de filosofía. Ramas parientes pero diferentes de una misma fe.

Charly García en el Cosquín Rock 2013 (9-II-2013)


Que a esta altura de las cosas alguien (peor aún, quizás, él mismo) piense que un artista de la importancia de Charly García necesite comenzar su show con el video de un triste diálogo con Marylin Manson o anunciar como un logro importante que se va a animar a componer una sinfonía, es una clara señal de al menos dos cosas. Por una lado, queda mucho por avanzar en el camino a una valoración de ciertas músicas en sus propios términos y por sus propios méritos sin depender de avales o legitimaciones externas. Por otra parte, muestra como ciertas obras compositivas (como la de García) exceden y resisten cualquier embate o límites de la humanidad de sus autores e intérpretes. 

Por eso también, más allá de lo desparejo y de todos los detalles que puedan señalarse bien vale la pena estar casi diez horas de pie al aire libre con una sonrisa para ver y escuchar a Charly García repasar su obra y rematar la noche con una emotiva reunión de los Serú Girán sobrevivientes y un final a toda orquesta con Canción para mi muerte. 

Fito Páez en Cosquín Rock 2013 (9-II-2013)


Los festivales de rock son una amansadora: hay que caminar demasiado, esperar demasiado, uno siempre queda demasiado lejos del escenario, demasiado apretujado, empiezan demasiado temprano, terminan demasiado tarde, todo sale demasiado caro, es difícil llegar, es difícil volver... Sin embargo, a ciertas horas del día, si uno logra encontrar un lugar adecuado, existe la posibilidad de vivir una de aquellas situaciones que redimen el sacrificio de la peregrinación rockera. Hacerse uno con la multitud, con el mar de gente que nos rodea en todas las direcciones y sorprenderse cantando completas todas las canciones de Fito Páez que uno ni sabía que sabía (incluyendo Once y seis y otras de esas que Tineli y la tevé supieron arruinarnos), como quien se reencuentra con un viejo amigo con el que, al menos por un rato, uno puede olvidarse por qué era que se había peleado.


micro hipótesis: Bancarse ese defecto. La originalidad perdida del rock argentino

Como parte del proceso de encontrar la forma de hacer rock en castellano que tuvo lugar en la Argentina en las décadas del 60 y 70 hubo que inventarlo todo: como usar el idioma, como cantar, como tocar, con que instrumentos hacerlo. La falta de información y las dificultades tecnológicas impidieron una imitación fiel de lo que se hacía en la metrópoli. Todo sonaba un poquito distinto; algo no era del todo como eso que sonaba en los discos que se traían de afuera. En los 90 fue fácil viajar, comprar instrumentos iguales a los que había en todas partes del mundo, estudiar en los mismos lugares, tocar con músicos que manejaban la tradición del rock magistralmente o grabar en estudios del primer mundo. El rock argentino aprendió finalmente a tocar rock como se suponía que el rock era, pero sin darse cuenta de que en esas pequeñas imperfecciones, en esos timbres algo extraños, esas melodías, esos arreglos, esos solos no completamente dentro del estilo, radicaba buena parte de su encanto, su originalidad. Ahora podemos sonar como corresponde y tenemos menos que nos diferencie sonoramente de cualquier músico de rock del mundo. Algo se ganó, pero es bastante lo que se perdió. Quizás lo que el rock argentino fue resultó más interesante que lo que soñó ser, y a lo que hoy se parece mucho más. 

De yapa, un pequeño ejemplo musical.
Esta es la versión original del tema Informe de un día, en la versión original del trío Manal en 1970: 

 

Y esta es la que hace su autor Javier Martínez en sus presentaciones en La Perla de Once en 2010:

 

Comparemos la diferencia en la melodía con la que canta la frase "esta reflexión solo me sirve / para tomarme un café" que está en el minuto 3'02'' de la versión original con la que está en el minuto 2'56'' de la actual. La melodía de la primer parte ("esta reflexión solo me sirve") es prácticamente igual. Pero la resolución de la frase ("para tomarme un café") es completamente distinta. La nueva versión es una perfecta frase de blues como la hubiera hecho cualquier cantante norteamericano, pero ¿no resulta acaso mucho más interesante y personal la original?

Javier Martínez, en La Perla del Once (4-I-2013)

Sea por la razonable inquietud de no hacer siempre las cosas la misma manera (algunas de estas canciones ya pasaron los 30 años de edad) o por la necesidad de adaptarlas a las condiciones actuales (si bien sigue alcanzando esos bajos que ponen la piel de gallina, la voz no es la misma a los 20 que a los 60), las versiones actuales de estos viejos y nuevos temas han sufrido sutiles pero significativas variaciones melódicas y en sus arreglos que las hacen ganar en verosimilitud blusera, pero que le cambian algo del sabor original que las convirtió en clásicos. El exceso de nostalgia, homenaje y tributo al pasado tan en boga últimamente parece teñir todo de una misma pátina color museo que impide a veces valorar ciertas obras por fuera de ese prisma, pero la tarea compositiva e interpretativa de Javier Martinez resiste esta y mil variantes. Si más de los que se rasgan las vestiduras lamentándose por los que por desgracia ya no están se tomaran el trabajo de darse cuenta de la importancia de los que todavía caminan por estas misma calles, cada vez que alguien como él toca en Buenos Aires tendría que salir en la tapa de los diarios y los músicos jóvenes deberían peregrinar a donde el se presente para estudiarlo.

Revista Dale, Nro.7 (Buenos Aires, XI-2012).

Dedicar cada número de una revista por completo a un mismo tema permite evadir la superficialidad con que muchas publicaciones abordan las cuestiones que tratan, y cuando este está elegido con inteligencia hace que el resultado sea de actualidad, pero sin dejar de ser relevante al mes siguiente ni esclavizarse inútilmente en tratar de dar novedades que ya todos conocen por medios más veloces. Pero además, esta edición de Revista Dale dedicada a discutir para qué sirve el periodismo de rock parece haber logrado un balance interesante de puntos de vista, recogiendo testimonios de especialistas de varios campos, músicos de diversa relación con la prensa y periodistas de diferentes generaciones; de productos de corporaciones e independientes, de radio, web y gráfica, de amplias zonas del país. Pero, claro, digo todo esto porque en esas mismas páginas me han hecho una entrevista (donde hablo de algunos de estos mismos problemas), como hago cada vez que me sacaron una nota en algún lado.


Pablo Malaurie, en Café Vinilo (29-XII-2012).

Escuchar a Pablo Malaurie es un recordatorio constante de la importancia de la voz humana en la música popular, de como cualquier canción se destaca claramente por sobre el resto cuando la canta una de esas gargantas que se reconocen de inmediato y que no pueden confundirse con ninguna otra. Se pueden usar infinitas combinaciones de instrumentos musicales y manipular cada uno de los parámetros del sonido para inventar cualquier timbre o color, pero lograr una voz personal y única ya es cuestión de magia o, al menos, de una ciencia mucho más inexacta. Y con ese ingrediente que no se compra en ninguna despensa se pueden hacer muchas cosas, entre ellas, darse el lujo de despedir el año rockeando como dios manda un club en una noche de calor. A veces no hace falta más que eso.

Sima, en Teatro El Extranjero (29-XII-2012)

¿Como ser experimental sin ser autista?¿Como resolver la necesidad del público de refugiarse en la comodidad de lo conocido sin renunciar a la búsqueda de lo nuevo, lo diferente? Una de las muchas maravillas de la canción es que su forma es tan familiar y segura para cualquier oído occidental, que permite dar sentido a cualquier conjunto sonoro que, sin esa clave para la escucha, podría sonar, para algún desprevenido como un caos amorfo. Pero además es evidente que tanto Zypce -no solo compositor notable sino también hombre de teatro- como Isol -no solo cantante sino ilustradora y escritora de excepción- conocen el aporte del aspecto visual, de como el ver los gestos, los pequeños movimientos de la interpretación en la voz, la guitarra de Pablo Chimenti, la computadora de Nicolás Cecinini y ese taller mecánico sonoro e imposible que se inventó Zypce no solo generan un espectáculo digno de presenciar, sino que contribuyen a entender y apreciar mejor lo que está sonando. Por suerte, eso no es todo, y para los que no siempre queremos ir por los caminos más conocidos, los pequeños momentos donde los sonidos se liberan (de la mano de celulares, grabadores a cassette, voces o lo que haya a mano), nos traen la esperanzo de nuevos mundos por venir.




Tertulia “El Goyete”, en la casa de Esther y Donvi (27-XII-2012)

Tanto leer y escuchar hablar de los MIA y de los Vitale y de Esther y Donvi y de repente me encuentro invitado a una tertulia en su mítica casa, que ya no queda en Villa Adelina sino en San Telmo, pero qué importa.
Y debo ser el único salame en esta casa que no lo conoció al Donvi, pero qué importa, si es como si lo hubiera conocido, aunque no se nada de él.
Y acá se habla de independencia y yo no
 creo en la independencia, creo en la libertad.
Y acá se habla de asociarse y yo creo más bien en acompañarse, en ponerse de acuerdo, en compartir.
Y construiré una balsa y me iré a naufragar.
Y yo no creo en la burocracia, ni en las entidades, ni en las instituciones, porque no se puede hablar con organismos abstractos. Las que hablan y se asocian o se independizan, o lo que sea, son las personas.
Y acá todos hablan de Donvi y lo vemos hablar a él desde las pantallas y cómo no creerle a esa persona.
Y acá hay tanta otra gente que no conozco, pero que sí conozco y que está viva y comiendo sánguches y tortilla de papa.
Y está Pistocchi, con quien me pasa algo parecido que con Donvi.
Y está Grinberg, a quien por suerte sí conozco y que siempre fue un maestro sin ni siquiera saberlo él ni yo.
Y está Muñoz (a quien acabamos de rebautizar MuDiosz) que a mí, que no leo poesía, me da ganas de ser poeta y de volver a dejarme la barba.
Y está Esther, que canta un tango con un pucho en la mano, y no es momento para conocerla.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y todos celebran fiestas que no sé si son las mías, pero qué importa.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y toca Lito Vitale, que qué bien que toca el piano cuando deja los electrodomésticos.
Y hay tres jóvenes Vitales de tercera generación (o cuarta, yo qué sé) que improvisan con instrumentos musicales de esos que se compran en la calle Talcahuano, pero también con virulanas, destornilladores y palitos de brochette, cosa que cuando lo hacen viejos da un poco de pena, pero cuando lo hacen niños es esperanzador.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y hay más gente que toca y canta, pero ya no la escucho porque estoy parado en un lugar donde no me puedo ni mover y necesito ir con urgencia a buscarme un rincón (siempre hay un rincón) y tomar notas antes de que el corazón se me salga del pecho.
Y no hay tiempo de más, una hora es fatal, un minuto igual. No, no me digas que no se puede.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y cuando se quiere hacer música se hace con una cajita de fósforos, o con dos ramitas, o golpeteando en la zapán.
Y cuando hay que hacer cosas, vas y las hacés. Y cuando no las hacés al final te das cuenta de que por alguna razón no las hacías, aunque uno casi siempre se dé cuenta tarde.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y está la Comte que te subtitula lo que pasa y te cuenta el backstage de todo.
Y cantan Dacal y Liliana Vitale y Fer Isella toca el piano. Y qué canciones que cada vez funcionan mejor, las de Dacal.
¿Y por qué no estamos algo del tiempo de acuerdo en algo?
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con el rock.
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con la política.
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con la independencia..
Hay que ir y hacer lo que necesitamos y no como se puede o como se supone, sino como queremos que sea.
Y ya sé que esto que estoy escribiendo sería mejor pensarlo un poco más (lo que digo y cómo lo digo), pero si lo dejo para después no lo voy a hacer nunca.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Aunque la mayor parte de esas cosas después sean dolores de cabeza.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Porque parece que no sé hacer otra cosa.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Aunque como escribí todo en primera persona pareciera que me fui totalmente de tema, pero si se fijan, no tanto.
Y tenía más cosas para agregar, pero me las voy a acordar cuando sea tarde.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
No aprendo más.

Puente Celeste, en Café Vinilo (13-XII-2012). Segunda función.


A veces, las cosas más interesantes pueden ser las que no podemos poner en ninguno de los casilleros preestablecidos. Esto debe ser lo que llaman un "dream team", ¿no? Todos componen una música inclasificable, que, por suerte, no pertenece a ningún género conocido, con un balance extremadamente difícil de lograr, de ser sofisticados y escuchables, de funcionar tanto para el melómano más enroscado 
y pretencioso como para el simple hedonista que busca el placer de una canción bonita. Ver, entre esa casi onírica atmósfera lumínica del escenario del Café Vinilo, a Edgardo Cardozo y su postura marcial al tocar la guitarra y cantar, a Santiago Vazquez sacar sonidos y ritmos de los objetos más inesperados y sorprender con su voz, al igual que Marcelo Moguilevsky -que, con solo silbar, hace parecer un desperdicio de recursos el perder el tiempo con cualquier otro instrumento-, o a Lucas Nikotian y Luciano Dyzenchauz apuntalar con precisión y expresividad esa delicada topadora, es una de las experiencias que engalan la ciudad.



Rubin y los Subtitulados, en Vuela El Pez (12-XII-2012)


Fue como estar adentro de un videoclip. El cantante de corbatita, camisa y su telecaster -mezcla perfecta de antihéroe y estrella de rock- toca los primeros acordes de un set inteligentemente organizado, alternando hit tras hit en un sube y
 baja de climas perfecto que deja a la masa que puebla el campo del estadio a su merced. Las canciones son como recién salidas de la radio, cantables y hasta pegadizas, con coros que cualquier desprevenido que recién las descubre puede canturrear y sentirse un fan de la primera hora. Desde las plateas se ve el movimiento cadencioso de la marea humana que se mueve al ritmo de la música y que cada tanto acompaña con sus palmas los pasos que marca el bombo de la batería. El guitarrista se luce con solos melódicos pero épicos que un haz de luz cenital destaca mientras el público puede seguir coreando la última frase del estribillo. Hasta que, sobre el final, la parrilla de reflectores se convierte en un simple telón negro cubierto por tiras de lucecitas navideñas y el gran campo de fútbol se transforma en el living reciclado de una casa chorizo con algunas mesas y gente sentada en el suelo con almohadones. Pero no es el desenlace el de un brusco despertar que nos confronta con una cruel y dura realidad sino, apenas, el de un certero "continuará". 





Alfonso Barbieri y los Blasfemos, en Café Vinilo (8-12-2012)

El ejercicio de la curiosidad, ciertas mezclas de géneros y estilos o de búsquedas tímbricas, el mirar más allá de lo que está a la mano y de los lugares comunes, son quizás algunas de las actitudes que comparten muchos músicos actuales que logran moverse al margen de la industria de la música en su faceta más corporativa y sponsoreada. Y para un artista inquieto, el contubernio del rock con ese mismo brazo armado del mercado es suficiente causa para sentir rechazo por esa cultura sonora que, quizás, lo atrajo en un primer momento a dedicarse a la música. Cuando Alfonso Barbieri versiona Tazas de te chino, de Don Cornelio y la Zona a duo con su autor Palo Pandolfo, o toca, con su banda a pleno, el clásico Instituciones de Charly García en la etapa menos popular de Sui Generis, resulta casi una confesión, una clave para entender como, pese a todo (y quizás también gracias a todo), el adn del rock nacional recorre sus propias canciones, pero completamente remozado (sin ese mirar atrás de los tributos tan de moda). Como una plantita que, fortalecida tras su hibridación con otras especies, vuelve a brotar surgiendo entre las hendijas del cemento que parecía haberlo cubierto todo.


Fernando Cabrera, en Café Vinilo (7-12-2012)

Existe un pequeño abismo entre escuchar algunos de los pocos discos que se consiguen por aquí y ver a Fernando Cabrera en vivo a solas. La cantidad de matices tímbricos y texturales con que la guitarra, no digamos que acompaña sino que complementa su inconfundible voz, su manejo del silencio y del volumen con sutiles juegos, desfasajes y sorpresas rítmicas, transforman lo que podrían ser simples canciones en algo más, que lo destacan de muchos de sus contemporáneos y hasta de sus antepasados. Quizás sea más fácil venerar a los grandes valores muertos, pero es mucho más importante y gratificante prestar atención a la honda huella que van dejando algunos que todavía siguen produciendo hoy lo que añoraremos mañana.


Fernando Cabrera, en Café Vinilo (6-12-2012)


La voz de Fernando Cabrera sentado solo con su guitarra en el escenario es una montaña rusa de intensidades que van desde el imperativo hasta el hilo de aire más ínfimo posible. Le gusta jugar con el volumen y maneja la atención y hasta la respiración del público obligando al esfuerzo de escuchar casi conteniendo el aliento cuando en medio de una canción deja de hacer sonar la guitarra para seguir
 unas frases a capella, cuando el instrumento solo se limita a alguna nota suelta aquí y allá que te abraza en la noche o si el encordado es reemplazado por la viveza de una humilde cajita de fósforos. El efecto es hipnótico y cuando parece que el silencio es el único efecto posible, se escucha un "amén" en el murmullo casi imperceptible con que el público reza las letras y las melodías de las última canciones.