Existe un pequeño abismo entre escuchar algunos de los pocos discos que se consiguen por aquí y ver a Fernando Cabrera en vivo a solas. La cantidad de matices tímbricos y texturales con que la guitarra, no digamos que acompaña sino que complementa su inconfundible voz, su manejo del silencio y del volumen con sutiles juegos, desfasajes y sorpresas rítmicas, transforman lo que podrían ser simples canciones en algo más, que lo destacan de muchos de sus contemporáneos y hasta de sus antepasados. Quizás sea más fácil venerar a los grandes valores muertos, pero es mucho más importante y gratificante prestar atención a la honda huella que van dejando algunos que todavía siguen produciendo hoy lo que añoraremos mañana.
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