Francisco Bochatón en Ultra (17-IV-2013)


De tanto escucharlas, cierto tipo de bandas de rock como estas tienden a resultarme ya algo repetitivas y aburrirme un poco, y sin embargo aquí pasa algo distinto. Hay algo que me lo vuelve interesante y no me doy cuenta qué es, hasta que Bochatón decide no cantar uno de los temas y obliga a su bajista a tomar el micrófono, obviamente contra su voluntad. La banda sin voz suena a escenografía, pero cuando entona tímidamente algunas frases empieza realmente la música y ahí me cae la ficha de que lo que me atrae es ni más ni menos que la melodía, la forma particular, el estilo creativo y escapando de las opciones más previsibles con el cual se despega, se destaca de esa base sonora. Parece una obviedad, pero sin ese vuelo, ese carácter, el mundo sonoro es mucho más gris. El segmento del autor a solas con su voz y su guitarra con el que arranca la segunda parte del show permite confirmarlo. La melodía. Tan simple, tan importante, tan difícil y tan mágico.

Botis Cromatico en Café Vinilo (13-IV-2013).


En principio, cuando voy a ver un concierto y aparece en escena un tipo disfrazado y hablando con voz de caricatura tiendo a querer salir corriendo. Pero en cuanto el Botis empieza cantar se nota que hay algo más detrás de esa actitud payasesca. De alguna manera sus canciones (sus letras, sus cambiantes ritmos y armonías) y la forma de interpretarlas (su forma cuasi salvaje de tocar la guitarra y las inflexiones y matices de su voz) están consustanciados con ese personaje que tiene mucho de teatral sin ser teatro, y tiene humor sin ser humorístico, pero, a la vez, lo exceden. El balance de todos estos elementos no es sencillo, pero el fervor de su público muestra como una vez que se logra entrar en su particular mundo es difícil salir.

Stanley Jordan en el Auditorio de Belgrano (13-IV-2013)


En vivo, las frecuentes imprecisiones y pifies de su mano derecha hacen extrañar un poco los discos, pero cuando logra momentos de iluminación y ajuste como -al menos esta noche- en Autumn Leaves, Stairway to Heaven o Blue Monk, es realmente fascinante. Su particular forma de tocar la guitarra con ambas manos digitando sobre el diapasón oscila entre el acto circense y la técnica de ejecución asombrosa, pero aunque la gente se deslumbre y festeje los momentos de mayor virtuosismo y velocidad, lo que parece sostener la posibilidad de mantener, solo con su guitarra en escena, la atención durante todo un concierto, parece estar más en sus arreglos (entre los que se destacan sus versiones de Eleanor Rigby o de un fragmento de Mozart) que, en combinación con el particular timbre que le arranca al instrumento aportan una mirada aun fresca y original a piezas ya archiescuchadas. Y, más allá de todo, es un continuo recordatorio de que casi todo se puede hacer de otra manera de como se supone que se tiene que hacer. Y no es poco.

Carta a los responsables de boliches y salas de conciertos de Buenos Aires

Buenos Aires, abril de 2013

Estimados responsables de boliches y salas de conciertos:
Como asistente habitual a espectáculos musicales en la ciudad de Buenos Aires, valoro mucho su trabajo, sobre todo teniendo en cuenta las no pocas dificultades que implica mantener espacios culturales abiertos. Pero, digo yo, ¿no iría siendo hora de terminar con esta ridícula tradición de larga data de anunciar espectáculos a horarios que no tienen nada que ver con cuando realmente están programados para empezar? No somos gente puntual y, entre nosotros, 20 o 30 minutos de demora no escandalizan a nadie, pero ¿que necesidad hay de hacernos ir una o hasta dos horas antes de que esté previsto arrancar los shows? ¿Que hace falta para empezar a ponernos de acuerdo y no hacernos perder el tiempo en vano?
Gracias.


Uriel Kitay y Balkan Spice / Fadeiros, en La Oreja Negra (6-IV-2013)


Los rótulos de géneros son parte importante de como la industria nos ha acostumbrado a entender y organizar la música que consumimos/escuchamos. Pero lo que distingue a muchas versiones actuales de los que definimos con esos nombres -jazz, tango, chacarera, cumbia, fado y mil etcéteras- es cada vez más borroso; pareciera que más allá de matices (o de las letras), las mil variantes y posibilidades de la canción occidental en distintos lugares del globo tienen más elementos en común que diferencias. Quizás por eso una banda de fado y otra de música balcánica integradas por argentinos pueden compartir un escenario y hacer canciones portuguesas, brasileras, búlgaras, sefaradíes o un clásico del jazz como Caravan de Duke Ellington (pequeño ejemplo de como darle un color exótico a una composición con mínimos elementos), o incluso composiciones propias; quizás por eso los músicos de una banda pueden tocar de invitados de la otra con instrumentos de otras regiones y ensamblar como si pertenecieran a la misma tradición hablando un idioma separado nomás por algún acento local. No es que la música sea un lenguaje universal, pero quizás vivimos en mundos mucho más pequeños de lo que nos damos cuenta.

Gary Clark Jr. en el Teatro Vorterix (5-IV-2013)

A veces viene bien recordar una vez más que con una estrategia de comunicación y promoción adecuada se puede vender casi cualquier cosa, hasta incluso llenar un teatro tanto con gente que seguramente nunca escucharía blues como con público experimentado y que se diría capaz de un mejor discernimiento. Pero cuando una audiencia se convence de que debe gustarle algo, es difícil de disuadir o al menos de lograr que crean más en los sonidos que en los discursos. Si escuchase una banda como esta en un bar mientras tomo una cerveza seguramente me daría vuelta y me parecería que la banda que suena de fondo está muy bien (porque evidentemente es una correcta banda de blues y su líder un buen intérprete), pero si anuncian que vamos a escuchar al heredero de Hendrix, voy con la expectativa de encontrar a un gran guitarrista que tenga un sonido personal, creatividad con sus solos, quizás una voz que lo identifique o al menos carisma. Frente al aval de vacas sagradas como Jagger y Clapton, seguramente cualquier opinión que un simple mortal pueda dar quedará descalificada, y quizás Gary Clark Jr. sea el próximo gran nombre en la historia del blues, pero si es realmente así, esta noche lo disimuló con gran eficiencia.

Pablo Dacal en La Dulce Barracas (4-IV-2013)


Pablo Dacal ha interpretado ya sus canciones con diversas formaciones instrumentales a lo largo de su carrera. Pero si consideramos la posibilidad de hacer una música popular de color inequívocamente local y contemporáneo a la vez como una especie de santo grial de la música argentina, con la combinación del acompañamiento de dos guitarras que puntean endiabladamente al más puro estilo tradicional criollo (a caballo entre lo rural y lo urbano) con su timbre de voz y su forma de frasear sus melodías que, claramente acusan la influencia de, como mínimo, el rock, parece haber encontrado una especie de eslabón perdido. Cuando interpreta sus propias composiciones con este formato logra un resultado (y el ámbito elegido no hace más que potenciarlo) que no termina de ser claramente ninguno de los géneros establecidos -llámese, tango, milonga, zamba, chacarera o como se quiera- pero que suena a música tradicional de por acá y, a la vez, uno puede escuchar, en música y letra, que es hija natural de nuestro presente.

Kaiser Chiefs en La Trastienda (3-IV-2013)


Hubo un tiempo en que la innovación era un valor dentro del rock, en que una banda que quisiera lograr un mínima relevancia tenia la obligación de sonar claramente diferente de las de generaciones precedentes. Parece que hoy ha corrido ya tanta agua bajo el puente que, o eso es mucho más difícil de lograr o se ha transformado directamente en una idea obsoleta. Los Kaiser Chiefs hacen un muy buen recital de rock, con canciones gancheras y cantables, pero no demasiado pegajosas y radiales, con energía suficiente para mover a un público bien predispuesto con el solo combustible de su música; un recital de esos que se disfrutan en un espacio como éste, de un tamaño a escala humana pero sin butacas ni mesas ni obstáculos, con la posibilidad de moverse y ver como corresponde. No escucharlos no es un bache en tu cultura musical o rockera, no verlos es una pena.

Agostina Elzegbe en el Café Vinilo (2-IV-2013)


De puro prejuicioso nomás esperaba otra de las muchas chicas que con mayor o menor suerte cantan canciones más bien previsibles, pero me encontré con una guitarrista y compositora que hace canciones. Y se nota la diferencia entre ambas cosas. Se ve, por ejemplo, en el delicado balance que logra entre entre música, letra, técnica en el instrumento y forma de cantar; al ver sus dedos ir y venir de una punta a la otra del diapasón con precisión y creatividad, pero sin la obsesión por el virtuosismo de los solistas de guitarra, y al escucharla cantar no con esas grandes voces de las cantantes sino con las personalidad y el estilo que su obra requiere; al lograr, por lo menos, sorprender a un prejuicioso desprevenido un martes por la noche.

Tomi Lebrero en el Centro Cultural Pachamama (1-IV-2013)


Es lunes, es tarde, es feriado, llueve, el lugar está demasiado lleno, no hay casi donde pararse para ver con claridad. La música empieza pero muchos no dejan de conversar y es difícil escuchar porque no hay amplificación. Cae cada vez más agua y las goteras dejan pasar más de lo recomendable en el medio del salón; lo que abunda es la incomodidad y la opción sensata es hartarse y volver a casa. Algunos reniegan un poco del Pacha, seguramente por situaciones como ésta, pero a la vez, si se piensa con cierta perspectiva, es quizás de este tipo de caos de donde se crean los momentos memorables, los mitos, las historias que recordaremos mañana. El profesionalismo y la prolijidad están bien, pero a veces, la intensidad y el instinto tienen que ganar. Quizás, lo mejor es entregarse y disfrutar, escuchar a Tomi seguir contando lo que pasa, lo que le pasa, lo que nos pasa, a través del torrente continuo de nuevas canciones que canta subido a los sillones, parado en la barra, con músicos amigos tocando en cualquier lugar de ese living y todo el resto de nosotros haciendo coros, bailando e intentando salvar lo que queda de la ciudad que zozobra.