La voz de Fernando Cabrera sentado solo con su guitarra en el escenario es una montaña rusa de intensidades que van desde el imperativo hasta el hilo de aire más ínfimo posible. Le gusta jugar con el volumen y maneja la atención y hasta la respiración del público obligando al esfuerzo de escuchar casi conteniendo el aliento cuando en medio de una canción deja de hacer sonar la guitarra para seguir
unas frases a capella, cuando el instrumento solo se limita a alguna nota suelta aquí y allá que te abraza en la noche o si el encordado es reemplazado por la viveza de una humilde cajita de fósforos. El efecto es hipnótico y cuando parece que el silencio es el único efecto posible, se escucha un "amén" en el murmullo casi imperceptible con que el público reza las letras y las melodías de las última canciones.
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