Pablo Malaurie, en Café Vinilo (29-XII-2012).

Escuchar a Pablo Malaurie es un recordatorio constante de la importancia de la voz humana en la música popular, de como cualquier canción se destaca claramente por sobre el resto cuando la canta una de esas gargantas que se reconocen de inmediato y que no pueden confundirse con ninguna otra. Se pueden usar infinitas combinaciones de instrumentos musicales y manipular cada uno de los parámetros del sonido para inventar cualquier timbre o color, pero lograr una voz personal y única ya es cuestión de magia o, al menos, de una ciencia mucho más inexacta. Y con ese ingrediente que no se compra en ninguna despensa se pueden hacer muchas cosas, entre ellas, darse el lujo de despedir el año rockeando como dios manda un club en una noche de calor. A veces no hace falta más que eso.

Sima, en Teatro El Extranjero (29-XII-2012)

¿Como ser experimental sin ser autista?¿Como resolver la necesidad del público de refugiarse en la comodidad de lo conocido sin renunciar a la búsqueda de lo nuevo, lo diferente? Una de las muchas maravillas de la canción es que su forma es tan familiar y segura para cualquier oído occidental, que permite dar sentido a cualquier conjunto sonoro que, sin esa clave para la escucha, podría sonar, para algún desprevenido como un caos amorfo. Pero además es evidente que tanto Zypce -no solo compositor notable sino también hombre de teatro- como Isol -no solo cantante sino ilustradora y escritora de excepción- conocen el aporte del aspecto visual, de como el ver los gestos, los pequeños movimientos de la interpretación en la voz, la guitarra de Pablo Chimenti, la computadora de Nicolás Cecinini y ese taller mecánico sonoro e imposible que se inventó Zypce no solo generan un espectáculo digno de presenciar, sino que contribuyen a entender y apreciar mejor lo que está sonando. Por suerte, eso no es todo, y para los que no siempre queremos ir por los caminos más conocidos, los pequeños momentos donde los sonidos se liberan (de la mano de celulares, grabadores a cassette, voces o lo que haya a mano), nos traen la esperanzo de nuevos mundos por venir.




Tertulia “El Goyete”, en la casa de Esther y Donvi (27-XII-2012)

Tanto leer y escuchar hablar de los MIA y de los Vitale y de Esther y Donvi y de repente me encuentro invitado a una tertulia en su mítica casa, que ya no queda en Villa Adelina sino en San Telmo, pero qué importa.
Y debo ser el único salame en esta casa que no lo conoció al Donvi, pero qué importa, si es como si lo hubiera conocido, aunque no se nada de él.
Y acá se habla de independencia y yo no
 creo en la independencia, creo en la libertad.
Y acá se habla de asociarse y yo creo más bien en acompañarse, en ponerse de acuerdo, en compartir.
Y construiré una balsa y me iré a naufragar.
Y yo no creo en la burocracia, ni en las entidades, ni en las instituciones, porque no se puede hablar con organismos abstractos. Las que hablan y se asocian o se independizan, o lo que sea, son las personas.
Y acá todos hablan de Donvi y lo vemos hablar a él desde las pantallas y cómo no creerle a esa persona.
Y acá hay tanta otra gente que no conozco, pero que sí conozco y que está viva y comiendo sánguches y tortilla de papa.
Y está Pistocchi, con quien me pasa algo parecido que con Donvi.
Y está Grinberg, a quien por suerte sí conozco y que siempre fue un maestro sin ni siquiera saberlo él ni yo.
Y está Muñoz (a quien acabamos de rebautizar MuDiosz) que a mí, que no leo poesía, me da ganas de ser poeta y de volver a dejarme la barba.
Y está Esther, que canta un tango con un pucho en la mano, y no es momento para conocerla.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y todos celebran fiestas que no sé si son las mías, pero qué importa.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y toca Lito Vitale, que qué bien que toca el piano cuando deja los electrodomésticos.
Y hay tres jóvenes Vitales de tercera generación (o cuarta, yo qué sé) que improvisan con instrumentos musicales de esos que se compran en la calle Talcahuano, pero también con virulanas, destornilladores y palitos de brochette, cosa que cuando lo hacen viejos da un poco de pena, pero cuando lo hacen niños es esperanzador.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y hay más gente que toca y canta, pero ya no la escucho porque estoy parado en un lugar donde no me puedo ni mover y necesito ir con urgencia a buscarme un rincón (siempre hay un rincón) y tomar notas antes de que el corazón se me salga del pecho.
Y no hay tiempo de más, una hora es fatal, un minuto igual. No, no me digas que no se puede.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y cuando se quiere hacer música se hace con una cajita de fósforos, o con dos ramitas, o golpeteando en la zapán.
Y cuando hay que hacer cosas, vas y las hacés. Y cuando no las hacés al final te das cuenta de que por alguna razón no las hacías, aunque uno casi siempre se dé cuenta tarde.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y está la Comte que te subtitula lo que pasa y te cuenta el backstage de todo.
Y cantan Dacal y Liliana Vitale y Fer Isella toca el piano. Y qué canciones que cada vez funcionan mejor, las de Dacal.
¿Y por qué no estamos algo del tiempo de acuerdo en algo?
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con el rock.
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con la política.
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con la independencia..
Hay que ir y hacer lo que necesitamos y no como se puede o como se supone, sino como queremos que sea.
Y ya sé que esto que estoy escribiendo sería mejor pensarlo un poco más (lo que digo y cómo lo digo), pero si lo dejo para después no lo voy a hacer nunca.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Aunque la mayor parte de esas cosas después sean dolores de cabeza.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Porque parece que no sé hacer otra cosa.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Aunque como escribí todo en primera persona pareciera que me fui totalmente de tema, pero si se fijan, no tanto.
Y tenía más cosas para agregar, pero me las voy a acordar cuando sea tarde.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
No aprendo más.

Puente Celeste, en Café Vinilo (13-XII-2012). Segunda función.


A veces, las cosas más interesantes pueden ser las que no podemos poner en ninguno de los casilleros preestablecidos. Esto debe ser lo que llaman un "dream team", ¿no? Todos componen una música inclasificable, que, por suerte, no pertenece a ningún género conocido, con un balance extremadamente difícil de lograr, de ser sofisticados y escuchables, de funcionar tanto para el melómano más enroscado 
y pretencioso como para el simple hedonista que busca el placer de una canción bonita. Ver, entre esa casi onírica atmósfera lumínica del escenario del Café Vinilo, a Edgardo Cardozo y su postura marcial al tocar la guitarra y cantar, a Santiago Vazquez sacar sonidos y ritmos de los objetos más inesperados y sorprender con su voz, al igual que Marcelo Moguilevsky -que, con solo silbar, hace parecer un desperdicio de recursos el perder el tiempo con cualquier otro instrumento-, o a Lucas Nikotian y Luciano Dyzenchauz apuntalar con precisión y expresividad esa delicada topadora, es una de las experiencias que engalan la ciudad.



Rubin y los Subtitulados, en Vuela El Pez (12-XII-2012)


Fue como estar adentro de un videoclip. El cantante de corbatita, camisa y su telecaster -mezcla perfecta de antihéroe y estrella de rock- toca los primeros acordes de un set inteligentemente organizado, alternando hit tras hit en un sube y
 baja de climas perfecto que deja a la masa que puebla el campo del estadio a su merced. Las canciones son como recién salidas de la radio, cantables y hasta pegadizas, con coros que cualquier desprevenido que recién las descubre puede canturrear y sentirse un fan de la primera hora. Desde las plateas se ve el movimiento cadencioso de la marea humana que se mueve al ritmo de la música y que cada tanto acompaña con sus palmas los pasos que marca el bombo de la batería. El guitarrista se luce con solos melódicos pero épicos que un haz de luz cenital destaca mientras el público puede seguir coreando la última frase del estribillo. Hasta que, sobre el final, la parrilla de reflectores se convierte en un simple telón negro cubierto por tiras de lucecitas navideñas y el gran campo de fútbol se transforma en el living reciclado de una casa chorizo con algunas mesas y gente sentada en el suelo con almohadones. Pero no es el desenlace el de un brusco despertar que nos confronta con una cruel y dura realidad sino, apenas, el de un certero "continuará". 





Alfonso Barbieri y los Blasfemos, en Café Vinilo (8-12-2012)

El ejercicio de la curiosidad, ciertas mezclas de géneros y estilos o de búsquedas tímbricas, el mirar más allá de lo que está a la mano y de los lugares comunes, son quizás algunas de las actitudes que comparten muchos músicos actuales que logran moverse al margen de la industria de la música en su faceta más corporativa y sponsoreada. Y para un artista inquieto, el contubernio del rock con ese mismo brazo armado del mercado es suficiente causa para sentir rechazo por esa cultura sonora que, quizás, lo atrajo en un primer momento a dedicarse a la música. Cuando Alfonso Barbieri versiona Tazas de te chino, de Don Cornelio y la Zona a duo con su autor Palo Pandolfo, o toca, con su banda a pleno, el clásico Instituciones de Charly García en la etapa menos popular de Sui Generis, resulta casi una confesión, una clave para entender como, pese a todo (y quizás también gracias a todo), el adn del rock nacional recorre sus propias canciones, pero completamente remozado (sin ese mirar atrás de los tributos tan de moda). Como una plantita que, fortalecida tras su hibridación con otras especies, vuelve a brotar surgiendo entre las hendijas del cemento que parecía haberlo cubierto todo.


Fernando Cabrera, en Café Vinilo (7-12-2012)

Existe un pequeño abismo entre escuchar algunos de los pocos discos que se consiguen por aquí y ver a Fernando Cabrera en vivo a solas. La cantidad de matices tímbricos y texturales con que la guitarra, no digamos que acompaña sino que complementa su inconfundible voz, su manejo del silencio y del volumen con sutiles juegos, desfasajes y sorpresas rítmicas, transforman lo que podrían ser simples canciones en algo más, que lo destacan de muchos de sus contemporáneos y hasta de sus antepasados. Quizás sea más fácil venerar a los grandes valores muertos, pero es mucho más importante y gratificante prestar atención a la honda huella que van dejando algunos que todavía siguen produciendo hoy lo que añoraremos mañana.


Fernando Cabrera, en Café Vinilo (6-12-2012)


La voz de Fernando Cabrera sentado solo con su guitarra en el escenario es una montaña rusa de intensidades que van desde el imperativo hasta el hilo de aire más ínfimo posible. Le gusta jugar con el volumen y maneja la atención y hasta la respiración del público obligando al esfuerzo de escuchar casi conteniendo el aliento cuando en medio de una canción deja de hacer sonar la guitarra para seguir
 unas frases a capella, cuando el instrumento solo se limita a alguna nota suelta aquí y allá que te abraza en la noche o si el encordado es reemplazado por la viveza de una humilde cajita de fósforos. El efecto es hipnótico y cuando parece que el silencio es el único efecto posible, se escucha un "amén" en el murmullo casi imperceptible con que el público reza las letras y las melodías de las última canciones.