Loli Molina, en el Centro Club Cultural Matienzo (7-XI-2013).


Ella está ahí sola, sentadita en una silla en el medio del escenario cantando acerca de amores tristes acompañándose sutil, pero con firmeza y precisión, con una guitarra eléctrica mientras la gente entra a esperar el show de la banda que sigue. Como quien no quiere la cosa, se empiezan a reconocer letras y melodías que todos, casi sin darse cuenta, empiezan a corear. El desprevenido no puede sino dudar de quien son esas canciones que conoce de la radio como hits latinos o tropicales. Pero no tiene, en definitiva, ninguna importancia, porque en la simple magia de su forma de tocarlas de la misma manera que el resto del repertorio, sin poses, sin condescendencia, sin jugar a ser kitsch, todas son suyas y la autoría pasa a ser una anécdota burocrática. Y esa confusión no solo es una forma de encender al público sino de mostrar su potencial como interprete y compositora.

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