En vivo, las frecuentes imprecisiones y pifies de su mano derecha hacen extrañar un poco los discos, pero cuando logra momentos de iluminación y ajuste como -al menos esta noche- en Autumn Leaves, Stairway to Heaven o Blue Monk, es realmente fascinante. Su particular forma de tocar la guitarra con ambas manos digitando sobre el diapasón oscila entre el acto circense y la técnica de ejecución asombrosa, pero aunque la gente se deslumbre y festeje los momentos de mayor virtuosismo y velocidad, lo que parece sostener la posibilidad de mantener, solo con su guitarra en escena, la atención durante todo un concierto, parece estar más en sus arreglos (entre los que se destacan sus versiones de Eleanor Rigby o de un fragmento de Mozart) que, en combinación con el particular timbre que le arranca al instrumento aportan una mirada aun fresca y original a piezas ya archiescuchadas. Y, más allá de todo, es un continuo recordatorio de que casi todo se puede hacer de otra manera de como se supone que se tiene que hacer. Y no es poco.
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