Sea por la razonable inquietud de no hacer siempre las cosas la misma manera (algunas de estas canciones ya pasaron los 30 años de edad) o por la necesidad de adaptarlas a las condiciones actuales (si bien sigue alcanzando esos bajos que ponen la piel de gallina, la voz no es la misma a los 20 que a los 60), las versiones actuales de estos viejos y nuevos temas han sufrido sutiles pero significativas variaciones melódicas y en sus arreglos que las hacen ganar en verosimilitud blusera, pero que le cambian algo del sabor original que las convirtió en clásicos. El exceso de nostalgia, homenaje y tributo al pasado tan en boga últimamente parece teñir todo de una misma pátina color museo que impide a veces valorar ciertas obras por fuera de ese prisma, pero la tarea compositiva e interpretativa de Javier Martinez resiste esta y mil variantes. Si más de los que se rasgan las vestiduras lamentándose por los que por desgracia ya no están se tomaran el trabajo de darse cuenta de la importancia de los que todavía caminan por estas misma calles, cada vez que alguien como él toca en Buenos Aires tendría que salir en la tapa de los diarios y los músicos jóvenes deberían peregrinar a donde el se presente para estudiarlo.
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