Escuchar a Pablo Malaurie es un recordatorio constante de la importancia de la voz humana en la música popular, de como cualquier canción se destaca claramente por sobre el resto cuando la canta una de esas gargantas que se reconocen de inmediato y que no pueden confundirse con ninguna otra. Se pueden usar infinitas combinaciones de instrumentos musicales y manipular cada uno de los parámetros del sonido para inventar cualquier timbre o color, pero lograr una voz personal y única ya es cuestión de magia o, al menos, de una ciencia mucho más inexacta. Y con ese ingrediente que no se compra en ninguna despensa se pueden hacer muchas cosas, entre ellas, darse el lujo de despedir el año rockeando como dios manda un club en una noche de calor. A veces no hace falta más que eso.
Sima, en Teatro El Extranjero (29-XII-2012)
¿Como ser experimental sin ser autista?¿Como resolver la necesidad del público de refugiarse en la comodidad de lo conocido sin renunciar a la búsqueda de lo nuevo, lo diferente? Una de las muchas maravillas de la canción es que su forma es tan familiar y segura para cualquier oído occidental, que permite dar sentido a cualquier conjunto sonoro que, sin esa clave para la escucha, podría sonar, para algún desprevenido como un caos amorfo. Pero además es evidente que tanto Zypce -no solo compositor notable sino también hombre de teatro- como Isol -no solo cantante sino ilustradora y escritora de excepción- conocen el aporte del aspecto visual, de como el ver los gestos, los pequeños movimientos de la interpretación en la voz, la guitarra de Pablo Chimenti, la computadora de Nicolás Cecinini y ese taller mecánico sonoro e imposible que se inventó Zypce no solo generan un espectáculo digno de presenciar, sino que contribuyen a entender y apreciar mejor lo que está sonando. Por suerte, eso no es todo, y para los que no siempre queremos ir por los caminos más conocidos, los pequeños momentos donde los sonidos se liberan (de la mano de celulares, grabadores a cassette, voces o lo que haya a mano), nos traen la esperanzo de nuevos mundos por venir.
Tertulia “El Goyete”, en la casa de Esther y Donvi (27-XII-2012)
Tanto leer y escuchar hablar de los MIA y de los Vitale y de Esther y Donvi y de repente me encuentro invitado a una tertulia en su mítica casa, que ya no queda en Villa Adelina sino en San Telmo, pero qué importa.
Y debo ser el único salame en esta casa que no lo conoció al Donvi, pero qué importa, si es como si lo hubiera conocido, aunque no se nada de él.
Y acá se habla de independencia y yo no creo en la independencia, creo en la libertad.
Y acá se habla de asociarse y yo creo más bien en acompañarse, en ponerse de acuerdo, en compartir.
Y construiré una balsa y me iré a naufragar.
Y yo no creo en la burocracia, ni en las entidades, ni en las instituciones, porque no se puede hablar con organismos abstractos. Las que hablan y se asocian o se independizan, o lo que sea, son las personas.
Y acá todos hablan de Donvi y lo vemos hablar a él desde las pantallas y cómo no creerle a esa persona.
Y acá hay tanta otra gente que no conozco, pero que sí conozco y que está viva y comiendo sánguches y tortilla de papa.
Y está Pistocchi, con quien me pasa algo parecido que con Donvi.
Y está Grinberg, a quien por suerte sí conozco y que siempre fue un maestro sin ni siquiera saberlo él ni yo.
Y está Muñoz (a quien acabamos de rebautizar MuDiosz) que a mí, que no leo poesía, me da ganas de ser poeta y de volver a dejarme la barba.
Y está Esther, que canta un tango con un pucho en la mano, y no es momento para conocerla.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y todos celebran fiestas que no sé si son las mías, pero qué importa.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y toca Lito Vitale, que qué bien que toca el piano cuando deja los electrodomésticos.
Y hay tres jóvenes Vitales de tercera generación (o cuarta, yo qué sé) que improvisan con instrumentos musicales de esos que se compran en la calle Talcahuano, pero también con virulanas, destornilladores y palitos de brochette, cosa que cuando lo hacen viejos da un poco de pena, pero cuando lo hacen niños es esperanzador.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y hay más gente que toca y canta, pero ya no la escucho porque estoy parado en un lugar donde no me puedo ni mover y necesito ir con urgencia a buscarme un rincón (siempre hay un rincón) y tomar notas antes de que el corazón se me salga del pecho.
Y no hay tiempo de más, una hora es fatal, un minuto igual. No, no me digas que no se puede.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y cuando se quiere hacer música se hace con una cajita de fósforos, o con dos ramitas, o golpeteando en la zapán.
Y cuando hay que hacer cosas, vas y las hacés. Y cuando no las hacés al final te das cuenta de que por alguna razón no las hacías, aunque uno casi siempre se dé cuenta tarde.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y está la Comte que te subtitula lo que pasa y te cuenta el backstage de todo.
Y cantan Dacal y Liliana Vitale y Fer Isella toca el piano. Y qué canciones que cada vez funcionan mejor, las de Dacal.
¿Y por qué no estamos algo del tiempo de acuerdo en algo?
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con el rock.
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con la política.
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con la independencia..
Hay que ir y hacer lo que necesitamos y no como se puede o como se supone, sino como queremos que sea.
Y ya sé que esto que estoy escribiendo sería mejor pensarlo un poco más (lo que digo y cómo lo digo), pero si lo dejo para después no lo voy a hacer nunca.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Aunque la mayor parte de esas cosas después sean dolores de cabeza.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Porque parece que no sé hacer otra cosa.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Aunque como escribí todo en primera persona pareciera que me fui totalmente de tema, pero si se fijan, no tanto.
Y tenía más cosas para agregar, pero me las voy a acordar cuando sea tarde.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
No aprendo más.
Y debo ser el único salame en esta casa que no lo conoció al Donvi, pero qué importa, si es como si lo hubiera conocido, aunque no se nada de él.
Y acá se habla de independencia y yo no creo en la independencia, creo en la libertad.
Y acá se habla de asociarse y yo creo más bien en acompañarse, en ponerse de acuerdo, en compartir.
Y construiré una balsa y me iré a naufragar.
Y yo no creo en la burocracia, ni en las entidades, ni en las instituciones, porque no se puede hablar con organismos abstractos. Las que hablan y se asocian o se independizan, o lo que sea, son las personas.
Y acá todos hablan de Donvi y lo vemos hablar a él desde las pantallas y cómo no creerle a esa persona.
Y acá hay tanta otra gente que no conozco, pero que sí conozco y que está viva y comiendo sánguches y tortilla de papa.
Y está Pistocchi, con quien me pasa algo parecido que con Donvi.
Y está Grinberg, a quien por suerte sí conozco y que siempre fue un maestro sin ni siquiera saberlo él ni yo.
Y está Muñoz (a quien acabamos de rebautizar MuDiosz) que a mí, que no leo poesía, me da ganas de ser poeta y de volver a dejarme la barba.
Y está Esther, que canta un tango con un pucho en la mano, y no es momento para conocerla.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y todos celebran fiestas que no sé si son las mías, pero qué importa.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y toca Lito Vitale, que qué bien que toca el piano cuando deja los electrodomésticos.
Y hay tres jóvenes Vitales de tercera generación (o cuarta, yo qué sé) que improvisan con instrumentos musicales de esos que se compran en la calle Talcahuano, pero también con virulanas, destornilladores y palitos de brochette, cosa que cuando lo hacen viejos da un poco de pena, pero cuando lo hacen niños es esperanzador.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y hay más gente que toca y canta, pero ya no la escucho porque estoy parado en un lugar donde no me puedo ni mover y necesito ir con urgencia a buscarme un rincón (siempre hay un rincón) y tomar notas antes de que el corazón se me salga del pecho.
Y no hay tiempo de más, una hora es fatal, un minuto igual. No, no me digas que no se puede.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y cuando se quiere hacer música se hace con una cajita de fósforos, o con dos ramitas, o golpeteando en la zapán.
Y cuando hay que hacer cosas, vas y las hacés. Y cuando no las hacés al final te das cuenta de que por alguna razón no las hacías, aunque uno casi siempre se dé cuenta tarde.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Y está la Comte que te subtitula lo que pasa y te cuenta el backstage de todo.
Y cantan Dacal y Liliana Vitale y Fer Isella toca el piano. Y qué canciones que cada vez funcionan mejor, las de Dacal.
¿Y por qué no estamos algo del tiempo de acuerdo en algo?
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con el rock.
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con la política.
Y aunque quede mal decirlo, me parece que ya no vale la pena perder el tiempo con la independencia..
Hay que ir y hacer lo que necesitamos y no como se puede o como se supone, sino como queremos que sea.
Y ya sé que esto que estoy escribiendo sería mejor pensarlo un poco más (lo que digo y cómo lo digo), pero si lo dejo para después no lo voy a hacer nunca.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Aunque la mayor parte de esas cosas después sean dolores de cabeza.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Porque parece que no sé hacer otra cosa.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
Aunque como escribí todo en primera persona pareciera que me fui totalmente de tema, pero si se fijan, no tanto.
Y tenía más cosas para agregar, pero me las voy a acordar cuando sea tarde.
Y todo el tiempo me dan ganas de ir y hacer cosas yo también.
No aprendo más.
Puente Celeste, en Café Vinilo (13-XII-2012). Segunda función.
A veces, las cosas más interesantes pueden ser las que no podemos poner en ninguno de los casilleros preestablecidos. Esto debe ser lo que llaman un "dream team", ¿no? Todos componen una música inclasificable, que, por suerte, no pertenece a ningún género conocido, con un balance extremadamente difícil de lograr, de ser sofisticados y escuchables, de funcionar tanto para el melómano más enroscado
y pretencioso como para el simple hedonista que busca el placer de una canción bonita. Ver, entre esa casi onírica atmósfera lumínica del escenario del Café Vinilo, a Edgardo Cardozo y su postura marcial al tocar la guitarra y cantar, a Santiago Vazquez sacar sonidos y ritmos de los objetos más inesperados y sorprender con su voz, al igual que Marcelo Moguilevsky -que, con solo silbar, hace parecer un desperdicio de recursos el perder el tiempo con cualquier otro instrumento-, o a Lucas Nikotian y Luciano Dyzenchauz apuntalar con precisión y expresividad esa delicada topadora, es una de las experiencias que engalan la ciudad.
Rubin y los Subtitulados, en Vuela El Pez (12-XII-2012)
Fue como estar adentro de un videoclip. El cantante de corbatita, camisa y su telecaster -mezcla perfecta de antihéroe y estrella de rock- toca los primeros acordes de un set inteligentemente organizado, alternando hit tras hit en un sube y
baja de climas perfecto que deja a la masa que puebla el campo del estadio a su merced. Las canciones son como recién salidas de la radio, cantables y hasta pegadizas, con coros que cualquier desprevenido que recién las descubre puede canturrear y sentirse un fan de la primera hora. Desde las plateas se ve el movimiento cadencioso de la marea humana que se mueve al ritmo de la música y que cada tanto acompaña con sus palmas los pasos que marca el bombo de la batería. El guitarrista se luce con solos melódicos pero épicos que un haz de luz cenital destaca mientras el público puede seguir coreando la última frase del estribillo. Hasta que, sobre el final, la parrilla de reflectores se convierte en un simple telón negro cubierto por tiras de lucecitas navideñas y el gran campo de fútbol se transforma en el living reciclado de una casa chorizo con algunas mesas y gente sentada en el suelo con almohadones. Pero no es el desenlace el de un brusco despertar que nos confronta con una cruel y dura realidad sino, apenas, el de un certero "continuará".
Alfonso Barbieri y los Blasfemos, en Café Vinilo (8-12-2012)
El ejercicio de la curiosidad, ciertas mezclas de géneros y estilos o de búsquedas tímbricas, el mirar más allá de lo que está a la mano y de los lugares comunes, son quizás algunas de las actitudes que comparten muchos músicos actuales que logran moverse al margen de la industria de la música en su faceta más corporativa y sponsoreada. Y para un artista inquieto, el contubernio del rock con ese mismo brazo armado del mercado es suficiente causa para sentir rechazo por esa cultura sonora que, quizás, lo atrajo en un primer momento a dedicarse a la música. Cuando Alfonso Barbieri versiona Tazas de te chino, de Don Cornelio y la Zona a duo con su autor Palo Pandolfo, o toca, con su banda a pleno, el clásico Instituciones de Charly García en la etapa menos popular de Sui Generis, resulta casi una confesión, una clave para entender como, pese a todo (y quizás también gracias a todo), el adn del rock nacional recorre sus propias canciones, pero completamente remozado (sin ese mirar atrás de los tributos tan de moda). Como una plantita que, fortalecida tras su hibridación con otras especies, vuelve a brotar surgiendo entre las hendijas del cemento que parecía haberlo cubierto todo.
Fernando Cabrera, en Café Vinilo (7-12-2012)
Existe un pequeño abismo entre escuchar algunos de los pocos discos que se consiguen por aquí y ver a Fernando Cabrera en vivo a solas. La cantidad de matices tímbricos y texturales con que la guitarra, no digamos que acompaña sino que complementa su inconfundible voz, su manejo del silencio y del volumen con sutiles juegos, desfasajes y sorpresas rítmicas, transforman lo que podrían ser simples canciones en algo más, que lo destacan de muchos de sus contemporáneos y hasta de sus antepasados. Quizás sea más fácil venerar a los grandes valores muertos, pero es mucho más importante y gratificante prestar atención a la honda huella que van dejando algunos que todavía siguen produciendo hoy lo que añoraremos mañana.
Fernando Cabrera, en Café Vinilo (6-12-2012)
La voz de Fernando Cabrera sentado solo con su guitarra en el escenario es una montaña rusa de intensidades que van desde el imperativo hasta el hilo de aire más ínfimo posible. Le gusta jugar con el volumen y maneja la atención y hasta la respiración del público obligando al esfuerzo de escuchar casi conteniendo el aliento cuando en medio de una canción deja de hacer sonar la guitarra para seguir
unas frases a capella, cuando el instrumento solo se limita a alguna nota suelta aquí y allá que te abraza en la noche o si el encordado es reemplazado por la viveza de una humilde cajita de fósforos. El efecto es hipnótico y cuando parece que el silencio es el único efecto posible, se escucha un "amén" en el murmullo casi imperceptible con que el público reza las letras y las melodías de las última canciones.
Rick Wakeman, en el Teatro Gran Rex (29-XI-2012)
Hace poco, haciendo zapping me encontré con uno de esos programas cómicos que pasaban por la televisión cuando yo era chico y que nunca había vuelto a ver. La curiosidad inicial fue rápidamente reemplazada por la sorpresiva pero irrefutable constatación de que aquello que en su momento había abierto nuevos caminos, resultado innovador, diferente o estimulante, visto desde hoy era lento, aburrido, ingenuo, carente de toda gracia y solo rescatable desde el cariño o la ternura por lo que en un momento lejano, en un contexto totalmente diferente de la historia y de mi vida pudo haber significado. Hay que reconocer que su aparición fue importante entonces y muchos de sus aportes fueron luego retomados para nuevos usos, pero, aunque pueda reconocerle sus méritos, me resultó imposible compartir el respetable y comprensible entusiasmo de otros y verlo como si nada hubiese pasado desde entonces.
Marcelo Moguilevsky, en Café Vinilo (28-XI-2012)
El tipo va armando una orquesta imposible, grabando sonido sobre sonido en vivo, usando todos los instrumentos de viento posibles, desde clarinetes, saxos, flautas varias y un shofar como nunca se escuchó en templo alguno, hasta los sonidos de un papel arrugándose, las llaves del clarinete, el agua llenando una copa y un silbido que merece un concierto propio. Y esto que podría ser un mero ejercicio autoindulgente y entretenido solamente para el que lo hace es todo lo contrario, porque el procedimiento no tiene la menor importancia, excepto para el regodeo de estudiosos y melómanos amantes de la anécdota banal y los testigos presenciales que asisten a un acto de magia sonora. Cuando algo así lo hace un músico de la creatividad, el virtuosismo y la sensibilidad de Marcelo Moguilevsky se convierte en un ritual por el que uno quisiera pasar mil veces, el de ser como un niño que escucha fascinado como le cuentan un cuento maravilloso por primera vez.
Rudi y Nini Flores / Los Hermanos Souza, en Fundación Proa (21-XI-2012)
Es un lugar común decir que la música y la cultura atraviesan las fronteras nacionales, pero ver en un mismo escenario a los hermanos correntinos Rudi y Nini Flores y a los hermanos cariocas Rogério Souza y Ronaldo do Bandolim confirma que no se trata de meras palabras vacías sino de una realidad que se escucha. También es obvio decir que lo que los Flores hacen con una de las músicas más ninguneadas de la Argentina es excepcional, con una creatividad y variedad en timbres y arreglos sorprendente. Ambos dúos tocan chamames y choros como quien hace música de cámara (y quien quiera bailar con ellos deberá estar muy atento a los constantes cambios rítmicos) pero en su melodías y búsquedas musicales, se cuelan los sabores del tango, el jazz, el bolero, el samba y mil más que recuerdan que lo que une sonoramente a muchas tradiciones musicales es más de lo que las separa. Y no se trata de música de fusión, sino de hacer música con libertad.
Alvy, Nacho y Rubin interpretan a Los Campos Magnéticos, en La Oreja Negra (20-XI-2012).
El mismo Nacho Rodríguez definió su corta presentación solista abriendo la segunda fecha del ciclo de los Campos Magnéticos en La Oreja Negra como "melancólica". Pero además hay una tendencia (que puede encontrarse también en otros de los que Martín Graziano llama Cancionistas y en algunos de sus referentes de generaciones anteriores) a cierto manejo del silencio, de la energía, a tocar evadiendo
los micrófonos y la amplificación, al uso del susurro y la media voz, obligando al público a esforzar el oído (generalmente acostumbrado a altos volúmenes) para escuchar lo que está sucediendo y creando una cierta intimidad. Este efecto teñido de timidez, y de un innecesario casi pedir disculpas en Nacho, muta hacia la complicidad con el trío junto a Alvy y Rubín, notable en la comunicación interna entre los miembros del grupo y la que establecen con su devoto y fiel público.
Cuestiones que me interesan (y que no me interesan) al escribir microcríticas
Cuestiones que me interesan al escribir microcríticas
1- Ejercitar la escritura de manera placentera, sin amoldarme a las condiciones de extensión, tono, temática y forma de los medios tradici
1- Ejercitar la escritura de manera placentera, sin amoldarme a las condiciones de extensión, tono, temática y forma de los medios tradici
onales.
2 - Recuperar un momento para la reflexión acerca de lo que veo y escucho.
3 - Intentar repensar y cuestionar preconceptos y prejuicios.
4 - Conectar eventos puntuales con ideas más generales que los excedan.
5 - Experimentar en la búsqueda de contenidos y formas de escritura de críticas musicales que quiera leer.
6 - Apoyar los artistas y los lugares que me parecen valiosos.
7 - Tener una excusa para ver música en vivo lo más seguido posible.
Cuestiones que NO me interesan al escribir microcríticas
1 - Juzgar lo que está bien y lo que está mal.
2 - Convencer a nadie de nada.
3 - Militar en contra de nada.
4 - Hacer una crónica o dar cuenta de todo lo que sucede en un evento.
2 - Recuperar un momento para la reflexión acerca de lo que veo y escucho.
3 - Intentar repensar y cuestionar preconceptos y prejuicios.
4 - Conectar eventos puntuales con ideas más generales que los excedan.
5 - Experimentar en la búsqueda de contenidos y formas de escritura de críticas musicales que quiera leer.
6 - Apoyar los artistas y los lugares que me parecen valiosos.
7 - Tener una excusa para ver música en vivo lo más seguido posible.
Cuestiones que NO me interesan al escribir microcríticas
1 - Juzgar lo que está bien y lo que está mal.
2 - Convencer a nadie de nada.
3 - Militar en contra de nada.
4 - Hacer una crónica o dar cuenta de todo lo que sucede en un evento.
"Apátrida", de Rafael Spregelburd con música de Zypce, Teatro El Extranjero (17-XI-2012)
Cada uno verá lo que quiera o pueda, pero yo me llevé varias ideas y nuevos puntos de vista para seguir pensando cuestiones de esas que me interesan, como el mundo del arte y su lugar en la sociedad, la crítica, el marketing, el dinero, las cosas que valen la pena y las que no, los prejuicios, el sentido de muchas tareas y la milonga entre magnates con sus locas tentaciones. Pero, a la vez, disfruté de un recital de Zypce (que parece haber encontrado en este ámbito una forma de romper con las cadenas del mundillo musical). Una sinfonía libre, lúdica y experimental para artefactos indescriptibles, voces y un actor, que el músico toca como si fuera un instrumento, mientras que el compositor actúa y lleva adelante la acción; un caballo de Troya de la música contemporánea que, camuflada de teatro, logra efectos inimaginables en un público al que de otra forma quien sabe lo que le causaría.
Flor de MaMbo, en Despacio Martinez (16-XI-2012).
Quizás sea la misma tendencia de mirar atrás en busca de variedades y hasta de raíces que hace que los jóvenes y ya no tanto exploren el tango, y otras músicas de la primera mitad del siglo XX que hasta hace pocas décadas (quizás ellos mismos) consideraban obsoleta música de gerontes la que hace que en Buenos Aires pueda escucharse hoy una muy verosímil orquesta de mambo que no toca para jubilados
, sino para treintañeros metropolitanos. Por suerte lo hacen talentosamente basados en la música y sin recurrir a disfraces, didáctica, teatralizaciones, o apelaciones nostálgicas. Pero de la misma manera que aquellos músicos que intentan tocar música antigua con instrumentos medievales/renacentistas /barrocos para sonar, vestirse, pensar o vivir "de época", en algunas ocasiones pueden encontrar su talón de aquiles en la dificultad de encontrar oídos y respuestas que acompañen esa búsqueda; al menos hasta donde pudo verse en esta fecha en un lugar amigable, perfectamente apto y bien predispuesto para la ocasión. Hay muchas formas de disfrutar de la música y todas son válidas, y los porteños tenemos una idiosincracia templada, bastante alejada del trópico, pero la quietud del público que el azar reunió esta noche fue, al menos desconcertante.
Pablo Grinjot, en Café Vinilo (14-XI-2012)
A veces suele asociarse la simplicidad con la escasez de recursos, pero en el caso de Pablo Grinjot, parece ser más bien producto de todo lo contrario, el de alguien que, porque tiene herramientas decide que no tiene necesidad de usarlas todas todo el tiempo. Quizás las canciones, muchas de ellas sobre ritmos más bien rurales (chacareras, milongas y otras yerbas), pero interpretadas con impronta y
entonación sutilmente urbanas solo muestran el iceberg del que son la punta visible en las sutilezas y variedad de instrumentos que suben y bajan del escenario o en el trabajo que parece haber involucrado para lograr que formas poético musicales de otros tiempos suenen inconfundiblemente a hoy. Hay cimientos en esa arquitectura; puede parecer un ranchito en la playa, pero no hay lobo feroz que pueda soplar ese rascacielos.
Alvy, Nacho y Rubin interpretan a los Campos Magnéticos, en La Oreja Negra (13-XI-2012)
Las instrumentaciones casi acústicas (más folk que rockeras) y las interacciones en concierto y en estudio entre solistas con carreras propias es una característica fácilmente notable en la actual escena cancionista porteña que hace natural pensar que los repertorios personales de Jano Seitun, Nacho Rodríguez y Seba Rubin podrían intercalarse y convivir sin conflictos con las versiones argentinas del de los Magnetic Fields. El pequeño set solista con el que comienza cada una de las fechas de este ciclo del exitoso trío es una variante que cae de maduro. ¿Por que no habrían de interesar a los fans de los Campos Magnéticos las versiones acústicas (a solas y con el flamante dúo Jano y sus hermanos) que dan nueva vida y color a las canciones de Alvy que nos habíamos acostumbrados a oír con la potencia de la big band habitual? Evidentemente, este árbol tiene aún más frutos por dar.
Mompox, en Bommn Fest, Ciudad Cultural Konex (10-XI-2012).
No se como será que los que están en el tema llaman hoy en día a esta música hecha en gran parte con instrumentos electrónicos que solo un experto puede detectar cual de los sonidos que se escuchan está produciendo. Parece simple música para bailar de fuerte impronta tecnológica (reforzada quizás por la pantalla con el subtítulado en castellano de letras cantadas en inglés ubicada al frente del escenario y la presencia de la encargada de esta función en escena como un músico más), pero la cosa no es tan sencilla: los ritmos distan de ser lo cuadrados y previsibles que parecen y junto con los constantes cambios hacen del inevitable baile casi una forma de análisis musical.
Diego Schissi y Andres Beeuwsaert, en Concierto a beneficio del piano de Café Vinilo (10-XI-2012)
En la tarde previa a la noche en que miles de porteños se aprestan a hacer largas filas para visitar museos que están vacíos el resto de la semana, Diego Schissi y Andrés Beeuwsaert se juntaron para un breve concierto a beneficio de las reparaciones que necesita el piano del Café Vinilo, que tantas alegrías nos da, pero que se toca con pasión casi cada noche. Tocaron de esa música que por suerte no sabemos como se llama ni a que género pertenece excepto al humano (y hay razones para dudar de esto último) y si Charlo, Cadícamo, Mateo y Carlos Aguirre escucharan lo que hicieron con sus composiciones seguramente se sorprenderían gratamente. Ver que no haya al menos una fábrica de pianos, minorista o importador de instrumentos, comercio, empresa, organismo gubernamental, fundación, embajada, universidad o mecenas que considere que le puede resultar beneficioso auspiciar la tarea de lugares como este donando un piano modelo nos recuerda algunas de esas (no tan) pequeñas cosas que obstaculizan que este sea un país mejor.
La Filarmónica Cósmica, en Vuela El Pez (9-XI-2012)
Este grupo puede pensarse como el lado más rockero del triángulo que se completa con les amateurs y con las presentaciones como solista de El Gnomo (Martin Reznik). Son buenas canciones incluyendo varios hits pegadizos para cantar a todo lo que de la garganta (si la melodía de Tres le llega a alguna hinchada de fútbol se pudre todo) y una banda de músicos capaces de tocar músicas elaboradas pero que se pueden bailar en un boliche. Debe haber mil cosas más que se pueden decir, pero a veces, por suerte, quizás no hace falta.
Las Carmelitas, en Vuela el Pez (9-XI-2012)
Un personaje de Peter Capusotto como el de Latino Solanas muestra lo ridículo que queda un joven porteño de clase media queriendo ser un pandillero hijo de inmigrantes portorriqueños en un barrio pobre de Nueva York y rapear o hacer hip hop en castellano basado en ciertos modismos, acentos, temáticas y actitudes implica correr ese riesgo. Si la actitud es buena parte del asunto, la de las dos cant
antes de Las Carmelitas resulta refrescante por su soltura, su simpatía, su manejo del escenario, su humor sin excesos, y cierta libertad melódica apoyadas por un grupo de músicos proveedores de un ritmo que transformó una simple banda soporte en una pequeña fiesta antes de lo esperado.
Reflexión metacrítica: Autoguía para la escritura de microcríticas. Versión 1.1
Como le estoy tomando el gustito a experimentar con estos textos breves, quise poner por escrito algunas de las cosas que me doy cuenta que me voy imponiendo a mi mismo mientras las hago, para no olvidarme. Igual, seguro que mañana me arrepiento o las cambio, total..
- Textos breves: un párrafo
- Ir directo a la idea, a la conclusión,a la síntesis que quedó después del concierto. La respuesta concisa a la pregunta: ¿Que tal el concierto de anoche?
- No intentar ser descriptivo ni hacer una crónica.
- No querer ser abarcativo ni dar cuenta de todo lo que sucede
- Tratar de que los textos sirvan para pensar o replantearse problemas.
- Cuestionar las ideas propias y aprovechar el texto para ver si está se está de acuerdo con lo que se pensaba antes de escribir y leerse.
- Evitar comparaciones con otros artistas para describir lo que suena.
- Elegir rescatar lo interesante del concierto, aunque sea tangencial.
- Tratar de ponerse por un instante en el lugar del resto del público, de los artistas y de los productores, evitar ser prejuicioso o escupir asados ajenos.
- No tomar notas durante el concierto, pero escribirla entre que termina y antes del día siguiente, para rescatar el residuo de la impresión que causó el evento pero aun en caliente. Salir a comer o a tomar algo o a lo que sea después del concierto y antes de escribir es bueno para decantar ideas.
- Aprovechar el feedback inmediato de internet y ampliar la mirada propia con los aportes de otros. La microcrítica en un work in progress, no un veredicto.
- Reservarse el derecho a cambiar las reglas si uno cambia de idea.
- Ir directo a la idea, a la conclusión,a la síntesis que quedó después del concierto. La respuesta concisa a la pregunta: ¿Que tal el concierto de anoche?
- No intentar ser descriptivo ni hacer una crónica.
- No querer ser abarcativo ni dar cuenta de todo lo que sucede
- Tratar de que los textos sirvan para pensar o replantearse problemas.
- Cuestionar las ideas propias y aprovechar el texto para ver si está se está de acuerdo con lo que se pensaba antes de escribir y leerse.
- Evitar comparaciones con otros artistas para describir lo que suena.
- Elegir rescatar lo interesante del concierto, aunque sea tangencial.
- Tratar de ponerse por un instante en el lugar del resto del público, de los artistas y de los productores, evitar ser prejuicioso o escupir asados ajenos.
- No tomar notas durante el concierto, pero escribirla entre que termina y antes del día siguiente, para rescatar el residuo de la impresión que causó el evento pero aun en caliente. Salir a comer o a tomar algo o a lo que sea después del concierto y antes de escribir es bueno para decantar ideas.
- Aprovechar el feedback inmediato de internet y ampliar la mirada propia con los aportes de otros. La microcrítica en un work in progress, no un veredicto.
- Reservarse el derecho a cambiar las reglas si uno cambia de idea.
Seba Ibarra en el Café Vinilo (7-XI-2012)
Recién cuando Seba Ibarra empezó a hablar entre tema y tema terminé de caer en la cuenta de que más allá de lo que yo escuchara de diversidad y variedad en su música de interesante y bien lograda mezcla de tradiciones musicales, para él y para buena parte del público que llenaba la sala, no sólo estaba muy claro en que campo musical, geográfico y cultural se movía, sino que esa reafirmación de identidad resultaba un ingrediente clave para estar reunidos en esa noche en que Buenos Aires se caía a pedazos por apagones de energía y golpes de calor. Lo que en lo sonoro podía ser un ingrediente más (aunque importante, claro está) en el discurso parece resultar clave. Estas canciones funcionan y se sostienen aun para quien no conoce nada del contexto original donde surgen y del que toman inspiración y pensarlas solo como expresión algo modernizada de un folklore litoraleño queda a medio camino entre ser un raíz que da buenos cimientos y un ancla que limita posibles movimientos. Como decía aquella canción "es muy triste negar de donde vienes", pero como también agregaba "lo importante es adonde vas". ¡Ladran Sancho!
Alvy, Nacho y Rubin interpretan a Los Campos Magnéticos, en el Parque Las Heras (3-XI-2012).
Es interesante recordarse como el contexto condiciona la performance musical. Las versiones que Alvy, Nacho y Rubin hacen de las canciones de los Magnetic Fields parecen perfectas para escuchar sentado en el pastito de un parque bajo el sol. Lo que pasa es que, en la realidad, la postal bucólica se traduce en un escaso público rodeado de grupitos de jóvenes que presta dudosa atención, niños que gritan, jubilados que pasean, vendedores de refrescos que estacionan en cualquier lado y ese clima, ese encantamiento que se produce en uno de sus shows normales se transforma en una cierta extrañeza casi apática como de quienes miran sin ver. ¿Habrá aquí alguna clave oculta para entender la recepción del publico no iniciado al trabajo de los cancionistas actuales? ¿Deberían haber tocado canciones originales en vez de las traducciones de Merrit? ¿Alguien comprará un disco o irá a un concierto en serio con entrada paga porque los conoció hoy?¿Quizás valga la pena todo por el acertado gesto de Rubin de reclamar, además de los espectáculos gratuitos en las plazas apoyos para las salas donde todas las noches se produce la música que hace posibles estos festivales, aun con los mil escollos (en vez de apoyos) del Gobierno? ¿Debemos no buscar el pelo al huevo y conformarnos con pasar un grato momento al atardecer? No sé; por ahora, lo sumamos a la larga lista de interrogantes que quizás, algún día...
Tinta Roja, en La Dama de Bollini (3-X-2010)
Tocan bien, tienen buenos arreglos, son profesionales y ella canta con afinación y simpatía, pero el repertorio (Garúa, Nada, Pasional y una seguidilla hits y de canciones de Piazzolla) no ha sido evidentemente el aspecto que más les ha interesado desarrollar. ¿O sí? El local estaba lleno, y no de turistas japoneses sino de porteños de edad suficiente para conocer el tango hace algunas décadas, y recibió la performance con entusiasmo. En un punto tiene sentido: si la música clásica sobrevive hace cien años repitiendo una y otra vez cien obras compuestas hace más de un siglo, ¿porque el tango tiene que privarse de perpetuarse en repetir un sinfín de sus cien mejores títulos? Es comprensible que haya una comodidad para cierto tipo de público en conformarse con lo ya conocido y de eficacia comprobada. ¿Es esto lo que el público quiere?¿Es esto lo más interesante que estos músicos pueden dar, la mejor forma de aprovechar sus capacidades?¿Cual debe ser el lugar de la innovación en la actividad musical? Que haya cosas para todo público (o para diferentes públicos) también es parte de la diversidad y es bueno no olvidar que eso es importante y necesario.
La Delio Valdez, en Café Vinilo (3-XI-2012).
Es interesante el ejercicio de asistir a un mismo espectáculo en diferentes ocasiones, más aun si son varias fechas de un mismo ciclo, porque permite percibir otras sutilezas del evento y ver cosas diferentes a través de la comparación. Una misma orquesta de cumbia dos noches consecutivas en un mismo lugar: la diferencia en la reacción del público entre ambas fechas fue notable aunque más no sea en el porcentaje que se animó a dejar las sillas y bailar en los pasillos y la forma en que lo hicieron. ¿Fue el reemplazo temporal de la cantante principal por colegas que, si bien cumplieron artísticamente bien con su función más específica de cantar, lograron diferente manejo escénico o habilidad para la comunicación verbal con el publico?¿Fue el azar de los intereses y humores del público, que por casualidad se juntó cada noche? (Si alguien quisiera escuchar esta música tan interesante sin necesidad de bailar, el Café Vinilo suena como el lugar adecuado)¿Que rol juegan las posibles pequeñas variantes que en la performance musical puede haber de un mismo repertorio en diferentes ejecuciones? ¿Cuanto hay de uno mismo? Bibliografía sobre cuestiones como estas hay a patadas, claro, pero no siempre es fácil explicar porque dos noches de la misma fiesta no fueron la misma.
La Delio Valdez, en Cafe Vinilo (2-XI-2012)
El salón del Café Vinilo suele ser un ambiente muy cool, muy circunspecto, de mesitas donde la gente toma sus tragos y come delicatessen mientas escucha la más selecta música de Buenos Aires. Verlo transfigurado en pista de baile es un mérito que no se si logran muchos más que La Delio Valdez, una big band de cumbia a la colombiana hecha por argentinos (si es que eso importa) apta para todo público, aun para aquellos que están convencidos de que no les gusta la cumbia, pero que aun están dispuestos a no dejarse vencer por los estereotipos de aquello que se supone que queda "bien".
Hay Otra Canción - Un concierto sinfónico: Alfonso Barbieri, Pablo Dacal, Pablo Grinjot, Tomas Lebrero, Lucio Mantel, Nacho Caracoles, Alvy Singer y la Orquesta Académica de Buenos Aires en el Teatro Coliseo (25 de octubre, 2012)
En su libro sobre los Cancionistas del Río de la Plata, Martín Graziano propone, entre otras cosas que un aspecto en común de esta generación de músicos es su alejamiento de una sonoridad o una composición de estricta raigambre rockera. Y escuchar la naturalidad con la que las canciones de estos siete autores suenan con un orquesta sinfónica y sentir que muchas de ellas parecen hechas para ser tocadas así (al punto que los ocasionales agregados como teclados o batería resultan casi un estorbo) y que el timbre guitarra-bajo-bateria-teclados suena ya a vagancia obsoleta, me obliga a darle la razón. Fue una gran fiesta: con desprolijidades, quizás con alguna torpeza, pero con alegría, emociones, momentos de camaradería y comunión, y anécdotas para recordar y causar envidia a los que no estuvieron en ese momento único. La pregunta que queda es ¿Que es lo que hace que ninguno de ellos termine de pegar el salto a un reconocimiento más masivo?¿Estamos todos sordos? ¿Será que nuestra gente está muerta?
La casa sin sosiego, de Gerardo Gandini en el Centro Cultural Haroldo Conti (20-X-2012)
Expresiones como "ópera" o "música contemporánea" han adquirido un peso de proporciones exageradas que imponen un excesivo respeto y cuidado que pueden inhibir, o al menos complicar, la posibilidad de escuchar y disfrutar de propuestas como La casa sin sosiego de Gerardo Gandini. Si evitamos distraernos con discusiones teóricas y todo aquello que se supone necesitamos para comprenderla, podemos encontrar una obra de gran intensidad musical y conceptual en la interacción de música, voces, canto, acción escénica y un texto en un castellano comprensible, que tienen sentido en sus propios términos para quienes se animen a dejarse llevar. El espacio físico del Centro Cultural Haroldo Conti, de dimensiones mucho más humanas que los grandes teatros de repertorio y su gran carga simbólica y afinidad con la poética narración, es casi un actor más de esta conmovedora puesta.
Inventarios argentinos II - La Ciudad, de Martín Liut en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (19-X-2012)
Mientras recorro los laberintos del sótano del Teatro Colón (en las obras de Martín Liut siempre hay que caminar en algún momento) me acuerdo de Kröpfl cuando decía que la música es una forma de escuchar y vuelvo a pensar que tenía razón y que la ciudad tiene su música, sus miles de melodías, ritmo y armonías simultáneas y de apariencia caótica hasta que uno decide escucharlas. Y Liut hace ya varios años que viene perfeccionándose en ponerle el oído a lo que hay de musical alrededor nuestro y no siempre nos damos cuenta. Y en estos Inventarios Argentinos II traduce la ciudad admirablemente y nos recuerda cuantas cosas pasan y suenan todo el tiempo y que no podemos abarcar de una sola vez. Todo eso con algunos de los mejores músicos de la Argentina y el buen tino de preocuparse por hacer una música contemporánea para ser escuchada (y vivida) y no meramente entendida (o, peor aún, analizada).
Les Amateurs, en Café Vinilo (18-X-2012)
Salir de su hábitat natural (un ambiente de una casa en Parque Centenario donde dan unos recitales épicos) no es fácil para les amateurs. Algunos climas y cuelgues no funcionan igual y la dispersión hace temer que la cosa no termine de tomar (alguna) forma. Sería ingenuo hablar de originalidad y está lleno de detalles que suenan a cosas que ya se escucharon antes y algunos tics más entretenidos para los músicos que para el público. Y así y todo, cuando la nave levanta vuelo, los limados que ya tenemos el cerebro contaminado de todas las músicas posibles no podemos sino salir de las madrigueras a festejar la presentación del segundo disco de este grupo de tapados (agenden nombres como Juanfa Suarez , Martín "El Gnomo" Reznik o Faca Flores para el futuro) y la (mínima) tranquilidad de poder soñar con que, si es que el rock va a seguir teniendo sentido en este siglo, hay alguien en un barrio cerca nuestro trabajando en la fórmula de su eterna juventud.
Lucio Mantel, en Café Vinilo (17-X-2012)
Y uno lo ve a Lucio Mantel ahí solito con su guitarra sobre el escenario y el que no está preparado quizás se espera cualquier otra cosa. Pero esas melodías que empieza a cantar empiezan a hacerse medio imprevisibles, y si uno mira lo que están haciendo sus dedos sobre el diapasón resulta que también están yendo por cualquier lado menos por los lugares comunes. Y de repente lo rodea un cuarteto de cuerdas y no es un elemento de color, sino que es su banda de los últimos tiempos y suenan cada vez como una banda. Y cuando todo parece súper concentrado, casi frío, como si todo el mundo lo estuviera escuchando por primera vez, de repente arranca con "Nadie en el espejo" casi a capella y se escucha un coro que murmura toda la letra, pero a media voz, casi como una plegaria, y parece una reunión de amigos que no se conocen y no un concierto, y ya nadie se acuerda de que es la medianoche de un miércoles. ¿Que más queremos?
Marcelo Moguilevsky, en Café Vinilo (13-X-2012)
Dentro de muchos años podré jactarme de haber vivido muchas noches memorables en el Café Vinilo y estoy bastante seguro de que lo que sea que hizo anoche Marcelo Moguilevsky va a tener un lugar importante en esa historia. Tener la oportunidad de ver a semejante monstruo un sábado de trasnoche sentados -diría en círculo, pero fue más bien en órbita- a escasos centímetros del set en el que improvisó utilizando casi sin repetición más instrumentos de los que se pueden estudiar en una clase de organología con un talento, sensibilidad, swing, sentido del humor, poesía, virtuosismo y una musicalidad a toda prueba es de esas cosas que hacen que valga la pena vivir en Buenos Aires en esta época. Lo escaso del auditorio no es sino un recordatorio de que, a la vez, hay algo mal que no anda bien en al reina del Plata.
Primer verdor, de Fernando Isella, Julián Gómez y Federico Peretti, en Café Vinilo (21-IX-2012)
Muchas cosas ya no son lo que creíamos que eran. Las etiquetas y los términos con los que solemos nombrar y las categorías según las que habitualmente pensamos ciertas producciones, cada vez tienen menos sentido y hasta empiezan a molestar, a complicar la comprensión de la riqueza de los cambios de la época en que vivimos. Música electrónica, improvisación, folklore, visuales, multimedia, interactivo, canción, son términos que no sirven del todo para describir un espectáculo como Primer verdor. No es que se trate de cosas nuevas, incluso hay temas reconocibles, que no son meras citas -La consagración de la primavera, la Arenosa, la Vidala para mi sombra-, sino que la combinación de todo da algo diferente que la suma de sus partes. Experimentar precisa de paciencia, de imaginación, de cierto espíritu lúdico, y de más trabajo que el habitual para productores y público, pero siempre vale la pena.
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